“Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí”
Is 1, 10-17; Sal 51; Mt 10, 34-11, 1.
Jesús empieza a decir que no vino a traer la paz a la tierra. No es que Jesús declare la guerra, sino que su mensaje es signo de contradicción: Buena Noticia para los pobres y desafío para los poderosos y explotadores
de todos los tiempos que tienen como centro de su vida el sometimiento de los otros. El planteamiento de Jesús apunta a destruir las raíces de ese poder, proponiéndose aniquilar en el interior de las personas e instituciones el deseo de dominio. Todos los grupos de poder se veían afectados por los planteamientos de Jesús, incluso la imagen del mesías que el pueblo esperaba, que, según ellos, debía ser un descendiente de David, rey que devolvería a Israel el dominio de las naciones extranjeras.
Jesús se define por su entrega total. Entregó en la cruz su vida, pero paradójicamente su cruz y su muerte son fuente de vida (“quien la pierda por mí, la salvará”) y con esa certeza cuántos mártires en la Iglesia han entregado su vida por dar testimonio de su fe. Jesús es claro, a nadie engaña, al contrario, advierte lo que le espera a quien le sigue.
Señor, haz que tus criterios sean la norma de nuestra vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silvia Bermea Ordóñez HC.
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