“¡Nunca se vio tal cosa en Israel!”
Os 8, 4-7. 11-13; Sal 116; Mt 9, 32-38.
El Evangelio nos narra que Jesús expulsó a un demonio que tenía mudo a un hombre, al oírlo hablar la multitud quedó asombrada, mientras que los fariseos decían que expulsaba a los demonios con el poder del jefe de los demonios, Belcebú. Sucede siempre, la gente sencilla es la que sabe reconocer la obra de Dios, los resabidos, los que se creen “buenos”, rechazan esa obra, aunque sea palpable y clara a los sentidos.
Se han propuesto ver en Jesús a un enemigo. Jesús se va y continúa su misión en todas las ciudades y pueblos, enseñando y proclamando la buena noticia del Reino. Más adelante Jesús ve a la gente que anda como ovejas sin pastor y se conmueve su corazón; los mira desorientados, quizá viviendo sin sentido y recomienda a sus discípulos rueguen a Dios para que envíe trabajadores para su cosecha, es decir, apóstoles, misioneros que lleven luz y esperanza a donde no las hay.
Oremos mucho, hermanos, como nos lo pide Jesús, para poner en manos de Dios los frutos de nuestro trabajo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silvia Bermea Ordóñez HC.
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