“Señor, ¡sálvanos que nos hundimos!”
Am 3, 1 -8; 4. 11-12; Sal 5; Mt 8, 23-27.
La vida del ser humano está siempre amenazada por peligros, por riesgos y situaciones impredecibles; y esto siempre provoca inseguridad y miedo que paraliza física y mentalmente.
Es entonces cuando se busca algo o Alguien a quien aferrarse para buscar salir de aquel peligro. En definitiva, nos damos cuenta que hay realidades que vivimos frente a las cuales solo del exterior puede llegarnos ayuda.
Vemos hoy a los discípulos viviendo una experiencia semejante. Miedo al peligro y temor a perder la vida. Es en definitiva el mayor miedo que el ser humano enfrenta: Perder la vida de frente a los peligros inminentes. Un miedo natural, porque en el fondo sabemos que fuimos creados para vivir.
Los apóstoles buscan la ayuda en Jesús, no entre ellos, no es que Pedro le diga a Juan: ¡Sálvame! No, nadie de ellos está en condiciones de salvar al otro, todos están en el mismo barco y en las mismas condiciones. Vamos en un mismo mar enfrentando peligros para los que no tenemos la solución. Necesitamos lanzar el grito a quien puede salvarnos: Jesús. A Él digamos confiados: Señor Jesús, ¡Sálvanos que perecemos!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Benjamín Romo Martín C.M.
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