Luisa de Marillac no podía quitar de la mente que “como en el cielo Dios se ve en el hombre por la unión hipostática del Verbo hecho hombre, ha querido estar en la tierra a fin de que los hombres no estuvieran separados de él” (E 21). Y exigía que las Hijas de la Caridad celebraran la Eucaristía todos los días, y no poder hacerlo lo consideraba un impedimento para establecer una comunidad[1]. Quería que en todas las comunidades estuviera el Santísimo Sacramento para que tomase posesión de la casa a la vista del pueblo, adorarlo y pedirle ayuda (c. 231). En los viajes visitaba las iglesias que tenían reservado el Cuerpo de Cristo, e invitaba a las Hermanas a que también lo hicieran ellas[2]. Durante la revuelta de la Fronda, pide a la comunidad de la Casa Central que, para aplacar a Dios, una o dos Hermanas estuvieran todo el día adorando el Santísimo Sacramento y permitieran que se les uniesen otras mujeres.
En el siglo de santa Luisa nacen congregaciones religiosas consagradas al culto eucarístico, y toma auge la devoción a las “cuarenta horas”: tres días adorando a Cristo expuesto en el altar, impetrando su misericordia por alguna calamidad pública. Los Autos Sacramentales en España y los retablos, sagrarios y custodias por el mundo indican que los católicos vivían el culto al Santísimo Sacramento.
Las procesiones por las calles engalanadas exaltaban la fiesta del Corpus Christi. En 1208 santa Juliana de Cornillon, religiosa cisterciense, promueve celebrar una festividad en honor a la Eucaristía. El papa Urbano IV la instituyó en 1264. Para esta fiesta santo Tomás de Aquino compuso los himnos Pange Lingua, con el final Tantum Ergo, Lauda Sion, Panis angelicus y Adoro te devote. En 1447, el papa Nicolás V sale en procesión con la Hostia Santa por las calles de Roma. Desde entonces se extiende por los países católicos la costumbre de llevar en procesión el Cuerpo de Cristo por las calles engalanadas con altares[3]. A esta costumbre se refiere santa Luisa cuando escribió a Sor Juliana Lloret: “Le suplico que pida a Dios por todas nosotras; hemos visto el efecto de sus oraciones en lo tocante a nuestro altar para la procesión (del Corpus), porque ha estado muy bonito, y eso que no empezamos hasta el martes” (c. 367).
Hacía siglos que se había abandonado la comunión frecuente de los fieles, al tiempo que se multiplicaban las Misas. Si los jansenistas no habían sido la causa del abandono, sí fueron motivo para que muchos fieles equivocadamente se confirmaran en la bondad de este alejamiento[4]. Sin embargo, la Iglesia católica fomentaba la comunión privada, aún fuera de la Eucaristía y aunque no se participara en la Misa.
La Eucaristía se celebraba en latín ignorado por el pueblo, de espaldas a los fieles, como algo propio del sacerdote, y se dejó de lado el sentido de banquete comunitario. Desde el Concilio Vaticano II se acentúa que es la Asamblea la que celebra la Eucaristía. Sin comunidad no se celebra la Eucaristía ni hay comunidad sin Eucaristía. Como Cristo es la “piedra angular” de la Iglesia, la Eucaristía lo es de la comunidad. Y si el servicio vicenciano se realiza desde y por la comunidad, se realiza desde y por la Eucaristía. Una comunidad no puede celebrar el “Memorial de la Pasión” sin comprender que los pobres son Cristo crucificado de nuevo.
Si en la sociedad las fiestas se celebran con un banquete, nada mejor que la Eucaristía para simbolizar el convite de la alegría y expresar la unión fraterna de los miembros de la comunidad. El festín [de festivo] eucarístico está centrado en la unión de los comensales que participan en la Cena Pascual. Quienes confraternizan en el banquete de la Eucaristía ¿pueden considerarse extraños o insensibles ante los otros?
Hay que dar un giro al papel de la Eucaristía en la vida de comunidad. En vez de considerarla como una parte de la espiritualidad personal o como un acto más de los que realiza la comunidad, debe celebrarse como un banquete alrededor del cual gira la vida comunitaria. Muy grave tiene que ser el motivo por el que se celebren varias Eucaristías en una comunidad dividiéndola en pequeños grupos, y gravísima la razón que empuja a algunas Hermanas a abandonar la Eucaristía comunitaria y participar de la que se celebra en otros lugares, a no ser por el servicio a los pobres o por animar otras Eucaristías que sin su presencia languidecerían (c.446).
Nadie puede comulgar si está cerrado a los pobres, pues si la fe dice que Cristo está en la Eucaristía, también dice que está en los pobres. No se puede recibir al Cristo de la Eucaristía y rechazar al Cristo de los pobres, porque “quien no ama a su hermano, al que ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4, 20). San Pablo expone: “El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Y siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Co 10,16s). Ante esta realidad A. Paoli exclama: “¡Cómo es posible que, en países de mayoría católica, mucha gente piadosa que frecuenta la Iglesia y todos los días recibe la Eucaristía, viva indiferente ante la injusticia y la desigualdad, y, más aún, contribuya con sus opciones políticas y económicas a mantener cada vez más la desigualdad y la injusticia!” Y J. M. Castillo se hace estas preguntas: “¿Cómo se puede explicar el hecho de que una persona se pase gran parte de su vida comulgando a diario y, después de muchos años recibiendo cada día a Jesús en la Eucaristía, resulte que tiene los mismos defectos que al principio, o incluso que tenga defectos y faltas más importantes que cuando comenzó a comulgar? ¿Cómo se puede explicar que tanta gracia, acumulada durante tantos años, no se note, al menos de alguna manera, en la vida concreta de esa persona?”
Benito Martínez., C.M.
Notas:
[1] c. 99, 203; E 45, 75
[2] c. 71, E 21, 33, 75
[3]Ciertamente también había muchos abusos, como escribía san Vicente el 2 de junio de 1645: “El Consejo de Asuntos Eclesiásticos le ruega al señor de Brienne, por medio de su servidor Vicente, que escriba al señor conde de Alais, al parlamento y a los cónsules de la ciudad de Aix, en Provenza, que hagan cesar los actos escandalosos que ofenden a Dios y a las personas decentes, que se practican desde hace poco en la procesión del Corpus que se celebre en Aix, y cuya desventurada práctica fue suprimida hace algunos años por orden del difunto rey y volvió a aparecer el año pasado (II, 448s).
[4] San Vicente se opuso a las teorías jansenistas contenidas en el libro de Antonio ARNAULD, De la fréquente communion, Paris 1643, que a tantos fieles había apartado de la comunión (III, 297s, 334s).
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