Corpus Christi: celebrar el don de la Eucaristía como vicencianos

por | Jun 16, 2022 | Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

Todos los años, en el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos invita a celebrar la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, comúnmente llamada Corpus Christi. Sus orígenes se remontan al siglo XIII y su finalidad es destacar el lugar central de la Eucaristía en la vida y la misión de la Iglesia como memorial del misterio pascual del Señor y sacramento de su presencia constante y operante en la comunidad de los que le siguen. Existe un profundo vínculo entre la celebración vespertina del Jueves Santo, en la que se recuerda la institución de la Eucaristía en la Última Cena, y la solemnidad del Corpus Christi.

La razón es obvia: se trata de un mismo sacramento, el que el Señor Jesús quiso dejar a los suyos, cuando les dijo que se reunieran para conmemorar su vida entregada por amor, partiendo el pan y el vino consagrados como signos de su entrega salvadora, cuya eficacia va más allá del tiempo, abarca toda la creación y nos alcanza en el momento presente de la historia «hasta que Él vuelva» (1 Cor 11,26; cf. Mt 26,26-29). En este gesto, confiado por Cristo a su Iglesia, los discípulos de ayer y de hoy encuentran el aliento y el vigor necesarios para dar su vida día a día, movidos por el mismo amor que llevó al Maestro a entregar la suya.

Cuando el papa Urbano IV instituyó esta solemnidad, pidió a santo Tomás de Aquino que compusiera himnos litúrgicos para celebrarla con la debida reverencia. Así, santo Tomás dotó a la celebración del Corpus Christi de cinco estupendas piezas teológicas y poéticas que nos elevan a la contemplación del misterio eucarístico y nos impulsan a vivirlo con mayor provecho. Los himnos Lauda Sion, que aparece como Secuencia antes del Evangelio proclamado en la Solemnidad; Tantum ergo Sacramentum (que, en realidad, corresponde a las estrofas finales de un himno más largo, el Pange lingua), que entonamos justo antes de la bendición del Santísimo Sacramento; y el Adoro te devote, que nos proporciona una imagen de rara belleza para traducir el sentido de la Eucaristía, la del Pelícano Pio. De hecho, existe una antigua leyenda según la cual, al ver a sus crías hambrientas, el pelícano se abre el pecho y las alimenta con su carne y su sangre. Aplicada a Cristo, esta figura se ha convertido en una evocación del sacramento eucarístico, a través del cual el Señor nos alimenta con su propia vida, entregándose en el pan y en el vino.

San Vicente de Paúl fue un hombre verdaderamente eucarístico, fascinado por el misterio que celebraba a diario y que le impulsaba a hacer de su existencia un pan partido, un regalo constante y sin reservas a sus hermanos, especialmente a los más indigentes de su tiempo. San Vicente se refirió en una ocasión a la Eucaristía como «el amor creativo hasta el infinito», expresando así la superabundancia del amor de Cristo que, después de pasar por el mundo haciendo el bien y entregándose en la cruz, quiso quedarse con nosotros en el sacramento, para que nos conformáramos cada vez más con él, porque «la naturaleza del amor es engendrar semejanza». Y concluyó: «Como el amor todo lo puede y todo lo quiere, así lo quiso» (CED XI, 145).

A la luz de la espiritualidad vicenciana, estamos llamados a celebrar y vivir la Eucaristía de manera más profunda, intensa y transformadora. Como nos recuerda el Documento de Aparecida, la Eucaristía es el lugar privilegiado de nuestro encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo (n. 251). Sólo quienes lo descubren y contemplan en las páginas del Evangelio, tal como es en su humanidad, y sólo quienes lo celebran y adoran en el sacramento que nos dejó para introducirnos en su misterio y revestirnos de su espíritu, pueden encontrarlo y abrazarlo en los hermanos más pobres, con los que el Señor se identifica y desde los que nos llama a una vivencia más coherente y consecuente de la Eucaristía como escuela e impulso de la caridad misionera.

La Familia Vicenciana tiene una maravillosa tradición eucarística que une muchos de nuestros modelos de santidad. Uno de ellos es un joven miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl, el beato Pedro Jorge Frassati, que descubrió en la misa diaria, prolongada en la adoración eucarística, la fuente de su vida espiritual, la fuerza de su dedicación a los más necesitados y la inspiración de su caridad política. Lo dijo muy claramente: «Cada día Jesús viene a mí en la Santa Comunión. Y le devuelvo la visita sirviendo a los pobres».

Es cierto que la Eucaristía —como sacramento de la caridad e impulso de la misión— no admite el sedentarismo, la acomodación, la inercia. Tonino Bello diría: «Si no nos levantamos de la mesa, como hizo Jesús en la Última Cena, la Eucaristía queda incompleta». Pero también es cierto que, en el horizonte de la fe cristiana y del carisma vicenciano, la caridad y la misión deben partir de la Mesa —de esa Mesa que el Señor nos prepara y en torno a la cual nos fortalece con su amor, nos revela el secreto de su corazón y nos comunica su vida nueva— dándonos lo que tenemos que dar, impulsándonos a «hacer efectivo el Evangelio», con obras y palabras (CED XII, 84), a partir del encuentro eucarístico. Sólo así, la caridad no se estancará en la filantropía, la misión no degenerará en demagogia, el servicio no se desgastará en la agitación y el compromiso no se perderá en la búsqueda de uno mismo.

¡Celebremos y vivamos la Eucaristía como vicencianos!

Vinícius Teixeira, CM
Fuente: https://ssvpbrasil.org.br/

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