Acoger la experiencia entre diferentes personas también permite identificar la ceguera que transmite una visión única en la concepción de los niveles de vida socialmente construidos.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, informa de que hay 82,4 millones de desplazados forzosos en todo el mundo como consecuencia de persecuciones, conflictos armados, violencia, violaciones de los derechos humanos o graves alteraciones del orden público (cfr. https://www.unhcr.org/figures-at-a-glance.html). De ellos, unos 26,4 millones tienen estatus legal de refugiados y la mitad son menores de 18 años. Ante este reto, la Unión Europea ha demostrado proactividad e inversión en acciones eficaces para apoyar la reconstrucción de la vida de estos refugiados.
Pero el objetivo aquí no es exponer datos y presentar el excelente trabajo y dedicación de las instituciones, y la receptividad de la población a las víctimas de las guerras actuales, sino aportar un punto de reflexión que a muchos también les debe haber surgido en los últimos tiempos. ¿Seremos capaces, viniendo de una cultura occidental, de reconocer si hacemos alguna distinción en la recepción, acogida e integración de los diferentes grupos de refugiados?
Comparto un caso que me hizo profundizar en dicha reflexión, ocurrido en uno de los varios grupos de apoyo a refugiados en los que participo. Como pueden imaginar, uno de los primeros pasos que deben dar los que llegan aquí es dominar el idioma local, que una vez adquirido permite acceder a otras etapas de la integración, a saber, la adquisición de un empleo y la consiguiente autonomía financiera. Ante esta dificultad lingüística para la integración de los refugiados, proyectos sociales, escuelas de idiomas e incluso voluntarios se ponen a disposición de la enseñanza del portugués, en nuestro caso. El problema es que las plazas libres están restringidas en número y ubicación.
Con la llegada de Internet y los programas gratuitos de enseñanza de idiomas y la educación en línea se ha resuelto parte de este problema. Sin embargo, entramos en un campo de discusión que merece su propia profundización y me comprometo a hacerlo en breve, que es la importancia de la educación humana, de las conexiones e intercambios de ideas entre colegas, alumnos y educadores. Y, sobre todo en el caso de la integración de personas con culturas diferentes, el intercambio, el encuentro y la atención personal marcan la diferencia en la adquisición de competencias técnicas y sociales, como la lingüística. El caso es que con la llegada de los vecinos ucranianos se multiplicaron las ofertas de clases gratuitas de portugués y a gran escala, con el énfasis de que eran «para ucranianos». Y, en medio de esta hermosa movilización y esfuerzos conjuntos, apareció un mensaje en el grupo de voluntarios con el siguiente comentario, que comparto literalmente: «Sin querer ser inoportuno, pero ¿toda esta ayuda con el empleo y el idioma puede ser aprovechada también por los refugiados afganos que estamos acogiendo y que ya están en Portugal en proceso de integración?»
La respuesta que primero me vino a la cabeza fue «claro que pueden, ¿por qué no iban a hacerlo?», pero pronto me di cuenta de que no estaba tan claro. En esa sencilla pregunta se enunciaron cuestiones complejas y espinosas que desde hace siglos rodean a nuestra sociedad, como las relaciones interculturales, las desigualdades económicas, sociales y culturales, el proceso de aculturación, la discriminación, los derechos humanos, especialmente los derechos de los migrantes, entre otros. Sin embargo, el tema que destaco y creo que podemos reflexionar y tratar de insertar mejor en nuestro día a día es cómo tratar la igualdad y la diferencia, destacando, sobre todo, que el hecho de vivir en comunidad es necesariamente para aceptar la convivencia entre los que son diferentes.
Creo que hoy la pluralidad de nuestra realidad no puede ignorar la fluidez y la dinámica de los actos y los hechos. Como ya se ha dicho, hablar de diferencias es un excelente ejercicio de complejidad, ya que aquí no se cuestiona la binaridad de que asumir las diferencias significa renunciar a la igualdad. Por el contrario, la defensa de la igualdad universal es una reivindicación ligada a la Revolución Francesa de 1879 y a sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, y el fundamento central de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, tan presente en nuestras vidas hoy en día. Es decir, asumimos que somos universalmente iguales ya que somos humanos, pero debemos considerar nuestra subjetividad, influencias socioculturales, etnias, opciones sexuales y de vida diferentes al de al lado. Acoger la experiencia entre diferentes personas también permite identificar la ceguera que transmite una visión única en la concepción de las normas de vida socialmente construidas. Aunque de vez en cuando aparezcan grupos que defienden una sociedad culturalmente uniforme, hoy está muy clara la imposibilidad de una constitución social formada por una cultura, una lengua, una religión o una identidad que caracterice a toda su población. Por el contrario, la realidad actual es global y está compuesta por diversos grupos en la formación de la comunidad y una compleja red de relaciones sociales entre ellos. La forma en que se constituyen estas relaciones y el modelo de tratamiento de las diferencias en su composición acaban siendo esenciales en la constitución de una sociedad intercultural.
¿Será suficiente la misma estructura que acogerá a personas de una cultura geopolíticamente europea, tradicionalmente cristiana, alfabéticamente latina y mayoritariamente caucásica, para acoger a personas de una cultura geopolíticamente oriental, tradicionalmente islámica, alfabéticamente árabe y mayoritariamente mestiza de tipo semítico, curiosa y posiblemente más relacionada con la persona histórica de Jesucristo, lo que significa algo muy diferente al estándar europeo? En ese sentido, lo que es de suma importancia es poner como punto de equilibrio y como factor de conexión fundamental entre nosotros es la humanidad.
El hecho es que no hay respuestas sencillas a problemas complejos, y desde esta premisa, nos corresponde entender que el tema de los refugiados, los solicitantes de asilo y las migraciones, no son sencillos y exigen, además de acciones de emergencia, una reflexión conjunta en nuestra sociedad para primero entender el problema y luego actuar de manera coherente, plasmada en propuestas de acciones coordinadas a corto y largo plazo. La crisis de los refugiados en Ucrania ofrece a Europa no sólo una importante oportunidad para demostrar su generosidad, sus valores humanitarios y su compromiso con el régimen mundial de protección de los refugiados. También es un momento crítico de reflexión: ¿podemos los occidentales superar los ideales preconcebidos que potencialmente subyugan a las culturas diferentes de nosotros y abrazar el espíritu humano de igualdad de la Convención de Refugiados de 1951? Los refugiados no deben ser discriminados por su raza, religión o país de origen, según la Convención de la ONU para los Refugiados, y en un mundo ideal nos gustaría que todos fueran tratados por igual.
Foto. Fuente: Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Better Protecting Refugees in the EU and Globally: UNHCR’s proposals to rebuild trust through better management, partnership and solidarity, diciembre de 2016, disponible en: https://www.refworld.org/docid/58385d4e4.html [consultado el 4 de abril de 2022].
Aline Villas Boas
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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