En las lecturas bíblicas durante el tiempo de Pascua, a veces parece que las dos posturas de «ver» y «creer» se excluyen mutuamente. El relato de Tomás en la reunión con los apóstoles después de la Resurrección pretende destacar la importancia de creer sin ver. Es bastante enfático::
«Hemos visto al Señor». Pero él [Tomás] les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
La negativa inicial de Tomás a dar este paso le vale el título de «Tomás el incrédulo». Sin embargo, no estoy convencido de la dura distinción entre estas dos vivencias. A veces, de hecho, ver abre la puerta a la fe; y a veces creer mejora la visión. Sabemos que esto es cierto. Están relacionados.
La gente llega a creer cuando ve a otros que viven la vida cristiana con fidelidad y sin artificios. La gente llega a creer cuando escucha el mensaje del Evangelio proclamado con sinceridad y convicción. Abrir los ojos al testimonio de la gente buena en nuestro mundo puede llevar a una creencia más profunda y enriquecida. La gente nos muestra con sus palabras y acciones lo que significa creer en Cristo y permitirle ser el centro de sus vidas. ¿Cuántas veces has visto personas rectas cuya bondad lleva a otros a una fe más profunda? Ese es todo el mensaje de los santos.
Y, a veces, creer lleva a ver. Cuando creemos, nuestra vista puede volverse más precisa y aguda (¡recuerda cuántas veces, en los relatos posteriores a la resurrección del Nuevo Testamento, la comunidad no reconoció al Señor resucitado porque aún no creía que estuviera vivo! Pero una vez que abren los ojos, ven a Cristo por todas partes). Creer que Cristo está vivo y activo en nuestro mundo permite a la gente experimentarlo en actos de bondad, en palabras de perdón y en signos de esperanza. Saber que Cristo vive en los pobres y afligidos permite que los corazones sensibles lo vean allí y reaccionen a su llamada al servicio. Creer que Cristo está presente en la Eucaristía nos permite escucharlo y verlo entre nosotros, y sacar fuerzas de él. Creer que Cristo está presente en el sacramento de la reconciliación nos permite aceptar su perdón y la gracia para una vida cambiada.
La encarnación celebra el hecho de que Dios se hizo uno de nosotros, con todos nuestros sentidos y capacidades humanas, para encontrarse con nuestro mundo. La creación revela la bondad y la grandeza de nuestro creador y nos invita a reconocer la belleza y el equilibrio que le da vida. La visión acompaña a la creencia, a veces guiando el camino, y otras veces ilustrando las percepciones. Como hacen a menudo los apóstoles, Tomás nos invita a recordar al Señor, que se presenta entre nosotros de diferentes maneras y a través de diversos prodigios.
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