El hecho de tener una vivienda adecuada es una cuestión de justicia social; así pues, podría ser útil examinar el concepto de justicia a la luz de la necesidad de un hogar para todos.
El Salmo 85, uno de mis pasajes bíblicos favoritos en materia de justicia, puede servir como oración de apertura para esta reflexión: «Amor y Verdad se han dado cita, Justicia y Paz se abrazan; la Verdad brotará de la tierra, y de los cielos se asomará la Justicia. El mismo Yahveh dará la dicha, y nuestra tierra su cosecha dará; la Justicia marchará delante de él, y con sus pasos trazará un camino».
Este salmo nos proporciona un mensaje claro: trabajar por la justicia es nuestra mejor respuesta al amor de Dios por nosotros y por toda la creación de Dios. Esto me recuerda el conocido eslogan: Si quieres la paz, trabaja por la justicia. Se nos invita a hacer brotar la justicia de la tierra para que la paz reine desde el cielo. Más concretamente, a la luz del tema de un hogar para todos, se nos invita, como vicentinos, a hacer de la cuestión de la vivienda inadecuada una prioridad en nuestros esfuerzos por ayudar a los pobres.
No hace falta decir que el salmo ha inspirado el título de esta reflexión: Cuando la justicia y la paz se besen. Lo interesante de ese pasaje es el flujo de energía dinámico y bidireccional que tiene sus raíces en una relación de alianza con Dios, tal como se describe en 1 Jn 4,11: «Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros», y en el v. 19: «Nosotros amemos, porque él nos amó primero». El amor de Dios toma la iniciativa, y nosotros respondemos a ese amor.
En el salmo vemos el movimiento descendente del amor firme, la bondad y la justicia, y la respuesta ascendente de la fidelidad, la paz y la obediencia, expresada por las palabras, «haciendo un camino para sus pasos». El mensaje subyacente es el mismo: la justicia es nuestra mejor respuesta al amor de Dios por nosotros y por toda la creación.
El profeta Amós, en 8,4-7, utiliza un lenguaje que no podría ser más fuerte al denunciar las injusticias de su tiempo, especialmente por parte de los líderes cívicos y religiosos. Tiene claro que Dios condena a los que son deshonestos y engañan a los pobres, pisotean a los necesitados, oprimen a los pobres del campo, manipulan las balanzas, fijan los precios y se aprovechan de los pobres y desfavorecidos. Sin duda, Amós se pronunciaría contra la injusticia de tantas personas en nuestro mundo que carecen de un techo, que no tienen un lugar al que llamar realmente hogar, mientras las casas de los ricos son cada vez más grandes, convirtiéndose incluso en mansiones que albergan a familias cada vez más pequeñas.
El profeta Isaías, en el capítulo 58, hace que Dios pronuncie palabras aún más fuertes y relevantes para Israel y para nosotros: «Así dice el Señor: ¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente«.
En abril de 2009, Zenith, el servicio de noticias del Vaticano, publicó un análisis social que da pie a la reflexión para captar gran parte de la injusticia en el mundo actual, como sigue:
- La pobreza de tantas personas, hermanos y hermanas nuestros, que viven en la miseria y no conocen otra cosa que el sufrimiento y la explotación.
- La pobreza aún mayor de no conocer a Cristo que, según la Madre Teresa de Calcuta, es «la primera pobreza de las personas», y de la que no está exento ningún rincón de la tierra.
- «Una estructura de pecado» que parece inevitable e imposible de erradicar del complejo mundo en el que vivimos.
- La agresión a la vida desde la concepción hasta su fin natural.
- La crisis de la familia, célula básica insustituible de una sociedad sana y próspera.
- El relativismo cultural y moral, que hace perder el sentido de la búsqueda de la verdad y de su existencia.
- La relación desequilibrada y miope con la naturaleza, a veces salvajemente explotada y, paradójicamente, a veces «idolatrada» y objeto de mayor atención que la prestada al ser humano.
- Un desarrollo científico y tecnológico que avanza, a toda costa y en cualquier dirección posible, sin pensar en la realidad de que la ética del comportamiento humano debe imponer límites.
- Hermanos y hermanas que continuamente sufren persecución religiosa y mueren como mártires en muchos lugares del mundo, por dar testimonio de Cristo.
- La agresividad, la hostilidad y la censura que se reserva a veces al Papa y a la Iglesia en el anuncio del mensaje evangélico de la verdad y del amor.
- La crisis económica que ha golpeado a países enteros y parece erradicar el horizonte de esperanza de tantas personas.
Aunque Zenith no incluye específicamente en su lista a las personas sin hogar y a la falta de una vivienda adecuada, casi podríamos hacer de este tema un duodécimo para completar la docena.
En la edición del 10 de diciembre de 2014 del Prairie Messenger, un periódico católico del oeste de Canadá, Terrence J. Downey, presidente del St. Thomas More College de Saskatoon, Saskatchewan, al que asistí como estudiante universitario, escribió un artículo en el que señala que en Canadá han desaparecido todas las referencias al bien común. Utiliza creativamente la exhortación apostólica Evangelii Gaudium («La alegría del Evangelio») del papa Francisco como prisma para sus observaciones, muy pertinentes y que invitan a la reflexión.
Afirmación por afirmación, junto con algunas estadísticas, señala cómo muchos de los pensamientos expresados por el papa Francisco sobre la importancia del bien común, la necesidad de que los políticos amplíen sus horizontes, la necesidad de abordar cuestiones que afectan especialmente a los pobres, piden ser abordados.
El conocido director de retiros, el difunto P. John Fullenbach, señaló que debemos distinguir entre la caridad y el apostolado del desarrollo social. La caridad es la atención a las víctimas de la sociedad. La preocupación cristiana por los demás, o el desarrollo social, se orienta a trabajar por la eliminación de las causas injustas de las víctimas. Ambos son importantes, pero diferentes. No es lo mismo el ministerio de Santa Madre Teresa de Calcuta, que ayudaba a las víctimas de la pobreza y la injusticia, que el de Dorothy Day, que no sólo ayudaba a las víctimas de la pobreza, sino que también trataba de abordar las causas de la pobreza y la injusticia, lo que suele perturbar el statu quo incluso dentro de la Iglesia (lo que hace que sea un poco más difícil canonizarlas).
En la teología judía, dos actividades encarnan estas dos teologías diferentes y su consiguiente ministerio: devekut, que significa «aferrarse a Dios» o contemplación, y tikkun o’lam, que significa «reparar el mundo» o la obra de la justicia.
«Aferrarse a Dios» y «reparar el mundo» son dos caras de la misma moneda. Tener una espiritualidad integrada sin ninguno de los dos elementos es imposible. La mística santa Hildegarda de Bingen comprendió la necesidad de este equilibrio. Consideraba que el mundo estaba cargado de la gloria de Dios y que a los seres humanos se les había confiado la responsabilidad especial de su bienestar.
A la luz de estas ideas, y teniendo en cuenta la necesidad práctica de vivienda en nuestra sociedad, así como nuestro interés vicentino en la justicia social y nuestro compromiso con ella, el antiguo director de escuela y asociado laico oblato Dan Freidt compartió conmigo un esquema útil que podría servirnos de telón de fondo. Escrito por Constance Foure, se titula «Pasar de la caridad a la justicia» y establece cinco pasos en un proceso.
Si bien es natural que muchos duden en emprender este viaje, ya que planificar una comida de Navidad es mucho más gratificante y menos desafiante que reunirse para tratar la reforma de la asistencia social, estas cinco etapas forman un patrón de crecimiento natural para los individuos, las organizaciones como la nuestra, las escuelas y las parroquias. Cada una de ellas conlleva sus propias posibilidades y desafíos.
Primera etapa: Recaudación
La primera etapa se centra en las colectas: Cestas de alimentos de Navidad, aportaciones monetarias para países lejanos, recogida de ropa y alimentos para una tienda de segunda mano o para la comunidad. Las colectas suponen un alivio real de las necesidades inmediatas y tienen una finalidad muy práctica. Sin embargo, las colectas suelen ofrecer una oportunidad mínima de establecer un vínculo con los destinatarios, aunque nos esforcemos por conseguirlo. Esta etapa también puede conducir a la «fatiga por compasión» y a la necesidad de controlar la evolución a medida que nos damos a conocer y surgen nuevas necesidades.
Segunda etapa: servicio directo
El servicio directo es el trabajo familiar de poner sacos de arena durante una inundación, servir comidas en un comedor social o cuidar a los niños en un refugio. Por lo general, implica que los voluntarios salgan a la comunidad y atiendan directamente las necesidades.
Estas actividades sacan a la gente de su zona de confort y suelen poner a los participantes en estrecho contacto con personas cuyo mundo es diferente al suyo. En algunos casos, estas experiencias pueden cambiar la vida, como cuando un grupo de estudiantes de secundaria pasa tiempo ayudando a construir una casa en un país como Haití. Para muchos, las oportunidades de servicio continuo pueden ser experiencias fundamentales que renuevan la conciencia de su relativo privilegio y refuerzan el compromiso de ayudar. El servicio directo puede acabar con los estereotipos y ampliar el círculo de la compasión. La reflexión estructurada puede enriquecer enormemente estas experiencias y proporcionar un puente para hacer de la actividad una experiencia verdaderamente católica.
Los programas sostenidos que implican sesiones constantes a lo largo de un período de tiempo pueden aumentar la familiaridad de los participantes con una comunidad u organismo concreto y su compromiso con ellos. El desarrollo de una relación continua con las poblaciones o agencias seleccionadas mejora la probabilidad de participación personal.
Tercera etapa: Servicio para el empoderamiento
Esta etapa involucra a los voluntarios en acciones que empoderan a sus destinatarios ofreciéndoles nuevas habilidades y experiencias. Los participantes pueden impartir clases particulares de inglés como segunda lengua, informática o conocimientos de educación general. Pueden entrenar a un equipo de adultos con problemas de desarrollo o ser mentores de niños que carecen de modelos positivos en sus vidas. Los oblatos de Kenia iniciaron un proyecto de abastecimiento de agua en una montaña para los aldeanos necesitados del valle, pero lo hicieron en colaboración con la población local, que ahora dirige el proyecto por sí misma.
El servicio orientado al empoderamiento permite a la gente tomar las riendas de su vida y sentirse más orgullosa de ella, y tiene un impulso natural para romper la distinción entre «dador» y «receptor». La acción orientada al empoderamiento implica un mayor nivel de compromiso y participación por parte de los voluntarios, y suele requerir un mayor nivel de competencias. Aunque provoca un cambio más duradero, todavía no se arriesga a la controversia, ni aborda las estructuras que crean la desigualdad en nuestro mundo.
Aunque limitadas, estas tres primeras etapas son válidas y necesarias, ya que las necesidades urgentes no pueden esperar a que cambien las estructuras, y proporcionan el camino de conversión que la mayoría de la gente necesita hacia el compromiso con la justicia social. Por lo general, la conciencia de la necesidad de actuar proviene de algún tipo de experiencia entre las personas necesitadas, y luego crece la conciencia de las causas que están detrás de esa necesidad.
Cuarta etapa: Reflexión y análisis
El servicio tiene mucho más poder para cambiar los corazones si se continúa proporcionando una reflexión y un análisis estructurados a los participantes. La reflexión estructurada también sirve para construir un puente hacia una perspectiva de justicia.
Escribir un diario es una herramienta útil que ayuda a los participantes a centrarse en su respuesta emocional a sus experiencias y a desarrollar habilidades sociales, organizativas y de resolución de problemas. El desarrollo de una perspectiva de justicia requiere un tipo de reflexión más penetrante que busque la comprensión de las estructuras que crean la necesidad de este servicio continuo: no sólo rescatar cuerpos que flotan en un río, sino desenterrar las razones por las que hay cuerpos que flotan en un río.
Esta cuarta etapa consiste en enseñar a los participantes a analizar las situaciones que encuentran a través de la experiencia directa o de los medios de comunicación, y a descubrir las causas de las desigualdades que observan. Es un proceso complejo, que exige mentores con la habilidad y los conocimientos necesarios para guiar la conversación. Comienza a dar un giro hacia una conciencia que puede desafiar el modo de vida y las suposiciones de los participantes. Debe llevarse a cabo con cuidado.
Quinta etapa: Defensa del cambio estructural
Esta quinta etapa da el valiente paso de comprometerse con la acción política. Incluye acciones como escribir cartas, organizar campañas de información, protestar y reunirse con los legisladores.
La defensa política es una consecuencia natural de las cuatro primeras etapas, y muchos de nosotros estamos empezando a explorar esta etapa. Las cuatro primeras etapas proporcionan la inspiración y la nueva conciencia que impulsa la acción política. Las organizaciones no pueden transmitir el mensaje completo del pensamiento social católico sin abordar de algún modo la cuestión de la abogacía. Este territorio es nuevo y exige competencia y el espíritu adecuado.
El reto para nosotros, como vicentinos, que destacamos en las primeras etapas, sería utilizar este esquema como una invitación a avanzar poco a poco hacia las dos últimas etapas de reflexión, análisis y defensa del cambio estructural con respecto a la cuestión apremiante de la vivienda inadecuada para todos. ¿Qué es lo que hay que abordar en nuestra sociedad, gobierno e iglesia para ayudarnos a todos a avanzar en esa dirección?
A modo de conclusión de esta reflexión, me gustaría compartir con ustedes una estrategia a largo plazo. Lamentablemente, no recuerdo de dónde viene esta lista, ni cómo llegó a mis manos, ni si parte de ella es mi propio pensamiento:
- Restablecer el papel de las humanidades en el ámbito de la enseñanza superior
- Practicar el principio de la no violencia y la reconciliación
- Presionar a los gobiernos para que trabajen por el bien común
- Fomentar el diálogo, no la exclusión
- Llegar a los marginados (las viudas, los huérfanos y los extranjeros de nuestros días)
- Sé profético: di tu verdad al poder
- Intenta equilibrar la economía y la ecología
- Vivir plenamente Mateo 25
- Equilibrar la acción con la contemplación
- Resistir a los falsos dioses de la posesión, el prestigio y el poder
Esperemos que algunas de las reflexiones anteriores, o todas ellas, puedan servir para estimular el pensamiento y la acción creativa por nuestra parte, como vicentinos, al abordar la cuestión de la vivienda adecuada para todos.
Arzobispo emérito Sylvain Lavoie OMI
Asesor Espiritual Nacional
Sociedad de San Vicente de Paúl – Canadá
Fuente: https://ssvp.ca/
0 comentarios