“El Señor es mi luz y mi salvación”
Is 42, 1-7; Sal 26; Jn 12, 1-11.
Estamos seis días antes de la Pascua, igual que la escena que nos describe el Evangelio de hoy. En Betania estaban de fiesta por el regreso de Lázaro y ofrecían un banquete a Jesús; Marta servía y María ungía al festejado con perfume de nardo puro. Todos estos elementos son signos del Reino.
Si quisiéramos hacer un programa de cómo deseamos vivir la Semana Santa, la misma palabra de Dios es nuestra guía: mirar al
Siervo, el elegido, sostenido y preferido por Yahvé; mirar la misión que el Padre le ha asignado: promover el derecho de las naciones. Ciertamente la campaña de promoción usa unos recursos que sorprenden: sin gritos, sin grandes anuncios, sin aprovecharse del fracaso ajeno. Otro signo es la luz que viene del Señor, signo de salvación ¿Qué dirían los ciegos después de escuchar la profecía de Isaías?
¡Que venga! ¡Que se dé prisa! ¡Qué alegría! Hay esperanza.
El perfume es un signo interesante que nos deja el pasaje de hoy; podríamos hacerlo señal de nuestro seguimiento de Jesús, un discipulado que se caracterice por ser intenso, difusivo, durable, impregnable y que permanezca.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alicia Margarita Cortés C. HC
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