Vivimos tiempos perturbadores, en los que la verdad se ve comprometida y distorsionada por los que quieren imponer «su» visión.
Pronto celebraremos la victoria de Jesús sobre la muerte. La resurrección de Cristo no solo es la confirmación del Padre, sino también afirma que sus palabras y sus actos eran verdaderos, y que en el mundo actual debemos continuar con su labor de defensa de los pobres. Todos los creyentes tenemos esa misión, desde nuestras vidas, allá donde nos haya tocado estar.
La Verdad
La Verdad no se encuentra
en los enormes manuales
ni en las grandes palabras de los sabios.
La Verdad es propiedad del sencillo.
La Verdad se halla en el trabajo solidario
del obrero que lucha por sacar adelante
su pobre familia.
La Verdad enseña las primeras letras
al niño en la escuela
que descubre con asombro y admiración
el significado de las palabras.
La Verdad prepara con amor el plato de arroz
y la torta de maíz
que repondrán al campesino las fuerzas necesarias
para poder seguir luchando.
La Verdad se reúne en las iglesias,
en las juntas vecinales,
en los centros de desarrollo,
en las mil y una comunidades de base.
La Verdad sabe mucho de justicia
y poco de dinero o de productividad.
La Verdad crucificada
sangra y grita y se lamenta
desde los ghettos de los que son débiles
y, por tanto, verdaderos.
La Verdad está condenada al fracaso
a los ojos de los poderosos.
La Verdad tiene nombre y apellidos.
Muere y resucita.
Se proclama y se renueva.
La Verdad no miente:
son nuestras verdades las que nos engañan.
La Verdad nos llama, nos invita,
nos señala, nos acusa;
nos suplica, nos implora, nos ruega.
La Verdad espera ser reconocida
y, hasta entonces, aguarda.
Sólo la Verdad es verdadera.
Javier F. Chento
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