“No vine a abolir la ley, sino a darle cumplimiento”
Dt 4, 5-9; Sal 146; Mt 5, 17-19.
Jesús era un hombre libre, pero fiel a Dios. En muchas ocasiones lo confrontaron los judíos “cumplidores de la Ley”, lo consideraban un rebelde transgresor de las tradiciones judías. Y en muchas ocasiones también Jesús tuvo que aclarar su postura: Yo no estoy en contra de la Ley, del proyecto de Dios para sus hijos e hijas, lo que pretendo es llevarlos a ustedes a la raíz de ese proyecto divino, a su objetivo primero, que no es otro que el deseo de Dios de que ustedes y todos vivamos en plenitud, en justicia, en amor y en verdad.
A esto se refiere Jesús cuando dice que no ha venido a borrar la Ley sino a darle pleno cumplimiento. El amor fraterno cumple a cabalidad todo lo que Dios desea para nosotros, sus hijos. Su voluntad es que, conociendo la inmensidad de su amor, entendamos la vida como un camino de amor, de respeto, de recuperación de la dignidad de las personas construyendo la justicia, la paz y la igualdad.
Este es el resumen de la Ley que hace Jesús y es como una única ley, el eje que deberá guiar la vida del nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, llamada a ser semilla y fermento del Reino de Dios en el mundo. Semilla y fermento de amor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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