“Aquí hay alguien mayor que Salomón”
Jon 3, 1-10; Sal 50; Lc 11, 29-32.
«Esta generación malvada pide una señal”, dice Jesús en el pasaje de hoy.
¿Les ha pasado andar buscando algo que tenemos justo frente a los ojos? ¿O cansarnos por encontrar los anteojos, que traemos puestos? ¿O llamar (desde nuestro celular) a mamá para preguntarle si no ha visto por la casa el celular que no encontramos?
Lo mismo les pasaba a aquellas gentes en tiempo de Jesús. Pedían señales prodigiosas, signos espectaculares para creer en Jesús, y no se daban cuenta que tenían ante sus ojos, en medio de ellos, el milagro más portentoso: el Hijo de Dios, la presencia divina encarnada en ese hombre que les hablaba. Escuchaban de su boca a la Sabiduría eterna, y no lo comprendían porque no coincidía con lo que les decía la tradición, la costumbre. Tenían frente a ellos al Hijo de Dios que les ofrecía amistad, luz, camino, proyecto para sus vidas… y no supieron reconocerlo.
¡Qué aventura maravillosa sería la vida si fuéramos plenamente conscientes de esa presencia continua y constante de Jesús en nosotros y junto a nosotros!
“¿Creemos que Jesús es el mayor milagro de Dios en todo el universo? Él es todo el amor de Dios, contenido en un corazón y un rostro humanos” (Benedicto XVI).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
0 comentarios