“Vende cuanto tienes y dáselo a los pobres”
1 Pe 1, 3-9; Sal 110; Mc 10, 17-27.
Hoy estamos ante un evangelio duro de escuchar y de poner en práctica. Vivimos en un mundo que ha impuesto la ideología del “acumular” (riquezas, méritos, prestigio) y del “competir” unos con otros. Un mundo en el que se globaliza la indiferencia y el descarte de las personas, como dice el Papa Francisco, que ha reducido el número de los que tienen mucho y acrecentado el número de los que tienen poco o nada. Jesús no condena los bienes materiales ni a los ricos, sino las actitudes y valores que éstos defienden y que son contarios al Reino.
No se trata, por tanto, de ser buenos o malos, sino de ser discípulos de Jesús o de no serlo. Un rico puede ser buena persona, pero su riqueza lo convierte en constructor de una sociedad injusta y no del reino de Dios. Un discípulo también puede ser malo, si equivoca su elección. De ahí la pregunta de Pedro: “¿quién puede salvarse?”. Se equivoca Pedro al pensar que una persona se salva por sus méritos, es Dios quien da la salvación. Pero este don de Dios va unido al discipulado. El discípulo encuentra su roca firme, su seguridad, en la decisión de seguir a Jesús. El discípulo sabe que tiene que compartir con los pobres todo, hasta su vida misma. No es Dios quien excluye o incluye, eres tú quien lo decide.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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