“Y los dos serán una sola carne”
Sant 5, 9-12; Sal 102; Mc 10, 1-12.
Parece que a los humanos nos gusta jugar con las palabras y poner trampas para justificar lo que queremos hacer. Algo así pasaba a los fariseos que buscan confundir a Jesús. Por supuesto, se llevaron la gran decepción, porque Jesús conoce muy bien cuál es el plan de Dios para la humanidad y no puede justificar lo que no es justificable. Los maestros judíos habían interpretado la ley de Moisés en un sentido machista donde la mujer siempre sale perdiendo. El matrimonio no era por amor, sino por conveniencia, por intereses muy particulares del hombre. Esa no fue la idea de Dios al crear al hombre y a la mujer, así que Jesús se manifiesta en contra de la interpretación de los judíos.
Lo que en verdad importa es respetar la voluntad de Dios: que el hombre y la mujer, creados en igualdad de condiciones, aprendan a amarse, es decir, se apliquen en matar el individualismo y el aislamiento; que se vayan educando en la tolerancia y la ayuda mutua, en la posibilidad de cuidarse y protegerse mutuamente… en fin, superar juntos las durezas de la vida humana y compartir sus bondades. Ojalá los jóvenes que van al matrimonio sepan actuar por amor. Y los matrimonios, pensar en la voluntad de Dios antes de tomar decisiones equivocadas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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