Sant 4, 13-17; Sal 48; Mc 9, 38-40.
«No hay que gastar el amor en celos”, dice el dicho y es muy cierto. Vemos que Jesús descalifica los celos misioneros de Juan. Porque los celos son envidia, inseguridad, deseo de posesión y de poder desmedido. Una cosa es el dolor de constatar una realidad (por ejemplo, la infidelidad o la traición) y otra cosa son los celos. Y en este caso, lo que constata Juan es que otro hizo el bien que ellos no pudieron hacer: expulsar demonios en el nombre de Jesús.
La respuesta de Jesús impresiona: “nadie que hable o haga el bien en mi nombre está en contra nuestra”. Ojalá todos lo hicieran así, desintere- sadamente, con sentido de fe en Jesús.
Es este un tema que nos debe hacer reflexionar: Nadie tiene la exclusiva del anuncio y de la construcción del reino de Dios. Podemos ser los mejores y más fieles colaboradores de Jesucristo y, aun así, no tenemos la exclusiva. El Espíritu de Dios sigue soplando donde quiere. Debemos alegrarnos cuando otros, no católicos, profesan una fe sincera y profunda en Jesucristo, o cuando una persona que no conoce a Jesucristo, busca la paz, la justicia, el respeto a la dignidad de los pobres. Todo lo que se haga para que el mundo sea más humano y fraterno, está en el camino de Jesucristo. Lo de menos es el premio que se va a recibir, aunque esté ya anunciado.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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