Sant 3, 13-18; Sal 18; Mc 9, 14-29.
Quien lee el evangelio de este día descubre el poder de Jesús sobre la enfermedad y el demonio, dos grandes enemigos de la persona humana. El de Jesús no es un poder mágico, sino “un signo” de la fuerza de la fe en Dios, su Padre. Una fe que, sin duda, se manifiesta en la oración, ya que el relato mismo presenta a Jesús en diálogo con la gente, con el padre del enfermo y con sus discípulos.
Como aquel padre, muchos de nosotros llegamos al diálogo con Dios con cierta desconfianza, con una fe deficiente: “si puedes hacer algo”, decimos. Jesús responderá siempre lo mismo: “todo es posible para quien cree”. ¿En qué consiste este “creer”? Según este relato, en “dejarse acompañar por Jesús” (“completa Tú mi fe”), en aceptar que Jesús es la “Resurrección y la Vida”. En aceptar que Jesús “me dé una mano”, “me levante”, “me ponga en pie”, “me abra el paso a una vida resucitada”.
Como los discípulos, podemos preguntar: ¿por qué no podemos nosotros arrojar demonios? Ellos aprendieron que fe y oración van íntima- mente unidas. La oración sin fe se convierte en un monólogo: todo lo digo yo y no dejo hablar a Dios. El diálogo verdadero se abre, en la confianza, a una relación de aceptación mutua, a un auténtico deseo de encuentro, al margen de mis intereses.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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