St 1, 19-27; Sal 14; Mc 8, 22-26.
El Evangelio de hoy nos da la oportunidad de profundizar lo que significa “ver” para Jesús. “Ver” es como un símbolo de creer, de entender y aceptar el plan de Dios en Jesús.
Los fariseos y escribas, expertos en las escrituras sagradas, nunca entendieron el plan de Dios, estaban ciegos. Y quienes se ponían en sus manos, quedaban tan ciegos como ellos.
Pero Jesús va abriendo los ojos al ciego poco a poco: primero, a pesar de que Jesús ya le había impuesto las manos y tocado sus ojos, no ve a los hombres como hijos de Dios, como hermanos, sino como sombras indefinidas. Así les pasó primero a los discípulos, convivieron con Jesús, lo veían externamente, pero su fe era débil y su entrega poco comprometida. ¿Cuántos cristianos viven así, sin claridad en su fe?
Hay que aceptar que “ver”, como lo quiere Dios, es un don, pero tiene su proceso humano a través del cual el discípulo va creciendo y madurando en su fe, en su amor y en su esperanza. Poco a poco hemos de ver a las personas en todo su esplendor: no como árboles, de quienes nos podemos aprovechar. Mi fe tiene que crecer y madurar hasta poder ver a las personas, sean quienes sean y vengan de donde vengan, en toda su dignidad de hijos de Dios, en calidad de hermanos con quienes vivo el plan del Padre: una Humanidad en verdad nueva.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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