St 1, 12-18; Sal 93; Mc 8, 14-21.
El pasaje de ayer nos habló de la ceguera de los fariseos. Hoy nos habla de la ceguera de los discípulos, que no es causada por mala voluntad sino por una “mente embotada”: vivir un discipulado torpe, adormilado y descuidado, donde se peca no por hacer el mal, sino por omisión, por no hacer el bien o por no hacer bien lo que tenemos que hacer.
Peor será si su embotamiento llega a convertirse en una mente cerrada, es decir, incapaz de entender, de convertirse, de cambiar. La conversión que lleva a Jesús es un verdadero cambio de mente. Y es ahí donde Jesús les dice a sus discípulos: “Cuídense de la levadura de los fariseos y de Herodes”. Simplemente porque el “no querer ver” tiene sus razones: odio, recelos, envidias, un verdadero rechazo disimulado en razones religiosas, el peligro de una ideología dominante que no quiere enfrentar su verdad. Todo eso es “levadura”. Sólo que en esta ocasión no es la buena levadura que fermenta el pan, sino la levadura de la corrupción que echa a perder todo lo que toca.
Pidamos a Dios que nos despierte siempre. Que pasemos del embotamiento de la corrupción, que tanto daña el mundo. Que nunca olvidemos todo el bien que el Señor nos ha hecho, no sea que teniendo ojos no veamos y teniendo oídos no escuchemos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
0 comentarios