St 1, 1-11; Sal 118; Mc 8, 11-13.

Cuando alguien no quiere creer, todo le sirve de excusa; puede ver y oír lo que sea y seguirá pidiendo pruebas. El dudar y pedir pruebas es, en el fondo, un mecanismo de defensa. Eso les pasaba a muchos escribas y fariseos que se oponían a Jesús. ¿Qué más signos querían? La fe no puede depender de los milagros, son los milagros los que dependen de la fe. Así, las curaciones, las resurrecciones, el perdón dado a quienes no lo merecían, la ternura con los niños, la misericordia de Jesús, suponen la fe en Él. Sus obras no son espectáculos para comprar la fe de la gente, sino “respuesta” a la fe de la gente en Jesús, quien solo quiere mostrar la cercanía de Dios y su reino. Sus acciones hacen presente el amor solidario de Dios.

Un amor verdadero confía en el amado, no desespera de sus promesas. Con todo, Dios no se amarra a los cánones humanos; el Espíritu de Jesús sopla donde quiere y como quiere. Se da a quienes lo buscan de corazón, quiere ser amado libremente, quiere ser creído porque se le ama y ser esperado porque somos conscientes de su fidelidad y su misericordia. Jesús se niega a dar más signos porque quien cierra los ojos no puede ver. A quienes desean seguir viviendo en su ceguera, Jesús prefiere dejarlos e irse a la otra orilla, donde están los que tienen oídos para oír y ojos para ver.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.