1 Re 8, 22-30; Sal 83; Mc 7, 1-13.

El evangelio de hoy confirma lo que reflexionamos ayer: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Todo lo que hacen es exterioridad, carecen de amor profundo.

No obedecen los mandamientos, que ponen en primer lugar el amor a Dios y al prójimo. Cumplen normas, leyes, ritos, pero los vacían de su verdadero contenido: el amor.

En cambio, los discípulos de Jesús han aprendido a ser auténticos, como su Maestro. La persona “auténtica” no hace depender de otros el valor de su palabra; el poder de su palabra está avalado por la propia persona. Es como Jesús: “habla con autoridad”. Hay que aclarar que dicha autoridad, en Jesús, no le viene de conservar ritos, tradiciones, costumbres, etc. Quien se aferra a estos, no es capaz de creer, de ver la novedad de Dios en la propia vida. Aferrarse a ello es confiarse a una falsa seguridad.

No es fácil ser libre como Jesús que, al parecer, se saltaba tradiciones y costumbres del pueblo judío. Pero, si en verdad deseo ser su discípulo, he de aprender a ser libre. ¿Cómo serlo? No aferrándome a aquello con lo cual “salvo las apariencias”. Pidiendo a Dios que me dé autenticidad, es decir, amor verdadero a Dios y al prójimo. Y que me ayude a superar mis debilidades a la hora de vivir en el amor, más que en las leyes humanas.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.