1 Re 8, 1-13; Sal 131; Mc 6, 53-56.
“Los que lo tocaban se ponían sanos”. El toque de Dios sana la vida. Incluso resucita a los muertos. Tocar es algo que todavía mucha gente sencilla hace: tocan la mano, el pie, el cuerpo de Cristo y se frotan el rostro, o la parte enferma confiados en que la gracia del toque de Dios les sane. Y eso: ¿está bien o está mal? Depende. Porque también en el tiempo de Jesús, muchos realizaban ese toqueteo, pero lo confundían con un acto de magia, de hechicería, más que de fe en Jesucristo. Más que creer, le hacían un examen a Jesús, querían que les demostrara su poder curativo. Eso es tentar a Dios. Cosa muy distinta es “reconocer” a Dios en Jesucristo, fiarse plenamente de Él, saber que Dios está con nosotros en las buenas y en las malas, simplemente porque nos ama.
Antes de tocar a Dios hay que dejarse tocar por Él. Dios toca el corazón y hace comprender a sus hijos cuánto los ama y todo lo que es capaz de hacer como consecuencia de su amor. Quien comprende esto, no toca a Dios buscando milagros raros, toca a Dios como quien acaricia al amado, sabiendo que ese toque es un signo de amor, de confianza y, ¿por qué no?, un auténtico signo de esperanza.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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