Historia de un fémur roto

por | Feb 1, 2022 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Margaret Mead fue una antropóloga estadounidense del siglo pasado. Nació en Filadelfia en 1901 y después de graduarse en Psicología y Antropología y trabajar como académica en Nueva York, decidió estudiar directamente la cultura, la organización y el carácter de los pueblos en distintas islas del Pacífico Sur (sobre todo en Nueva Guinea y Samoa). De sus investigaciones resultaron numerosos libros que han inspirado el desarrollo de la Antropología y la Etnografía hasta nuestros días.

Pues bien, esta mujer, feminista y pionera de la defensa de los derechos humanos, ha sido muy mencionada en los últimos meses, sobre todo en las redes sociales. Y es que, en medio de la lucha de la humanidad por combatir la pandemia de COVID-19, algunos trajeron a colación una anécdota protagonizada por esta mujer.

Se cuenta que uno de sus estudiantes preguntó a Margaret Mead cuál consideraba ella que fue el primer signo de civilización en la Humanidad. El alumno y sus compañeros esperaban que se refiriera al anzuelo, la vasija de barro o la piedra afilada, el uso del fuego o la agricultura. Pero no. Lo que ella consideraba el primer signo de civilización en una cultura antigua era la existencia de un fémur que alguien se fracturó y que luego aparece sanado. Las razones que dio la antropóloga para sostener esta apreciación fueron sencillas, pero sorprendentes: en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres, pues no puedes procurarte comida o agua ni huir del peligro, siendo presa fácil de los depredadores. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo. De modo que un fémur quebrado y que se curó, evidencia que alguien se quedó con el herido y le inmovilizó la fractura, que lo protegió y le proporcionó agua y alimento. Es decir, que lo cuidó. Aquí es donde, según Margaret, inicia una civilización.

La anécdota es tremendamente inspiradora y podríamos intentar ampliar los alcances de lo que sugiere. Una civilización comienza a construirse en el momento en que los individuos comienzan a reconocerse unos a otros y a sentirse movidos a protegerse mutuamente, a cuidar la supervivencia del grupo frente a tantos desafíos naturales que debían enfrentar. De ahí ya puede venir todo lo demás: una organización, un proyecto común, intercambio de experiencias y aprendizajes que enriquecen el conocimiento de otros y generan nuevos descubrimientos y técnicas. La vida se llena de posibilidades cuando se tiene el apoyo de los demás: se reparten los trabajos, se especializan los oficios, se facilita la supervivencia, se garantiza el crecimiento del grupo… y nace una civilización.

Cuando leía la historia, no podía dejar de pensar en la parábola del Buen Samaritano y en el resumen que hace Jesús de toda su doctrina y de todo su proyecto: “Esto es lo que les mando, que se amen unos a otros” (Jn 15, 17). Con Jesús está naciendo una “nueva civilización”, o está naciendo “de nuevo” la verdadera civilización, ésa que se construye a partir de que el hombre comienza a hacerse cargo de sus hermanos heridos y, con ello, abre infinitas posibilidades a la vida, al futuro, a la dicha de todos. Renace la humanidad que se había roto desde muy antiguo; baste recordar la pregunta que en el Génesis hace Dios a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Y la respuesta: ¿Acaso soy el guardián de mi hermano? (¿acaso tengo que cuidarlo mientras sana su fémur roto?). Esa humanidad a la cual Jesús recuerda su fundamento: En el amor “se basan toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 40), es decir, todo el proyecto de Dios para el mundo, roto por Caín.

Hace poco, el papa Francisco publicó la encíclica “Fratelli Tutti”, en ella recuerda que la humanidad sólo será viable si se construye sobre la fraternidad y la solidaridad; centra su reflexión, precisamente, en el Buen Samaritano, imagen del hombre que está iniciando esa nueva civilización, porque no es capaz de dejar a su hermano con los huesos rotos, al borde del camino. El hombre así no tiene futuro ni posibilidades. La pregunta de Dios a Caín cuestiona nuestra indiferencia y “nos habilita a crear una cultura diferente que nos orienta a superar las enemistades y a cuidarnos unos a otros” (57). “Hemos crecido en muchos aspectos, pero somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles… Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado” (64) “Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano” (67).

El primer fémur cicatrizado mostró que por primera vez los hombres no eran desconocidos los unos para los otros, sino que se detenían para cuidar de los heridos, de los más débiles. Ése es el desafío que hoy tenemos por delante.

¿Seremos capaces?

P. Silviano Calderón Soltero, CM
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.

Etiquetas: coronavirus

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