En estos tiempos de pandemia se han avivado los casos de tristeza y soledad, como una consecuencia añadida al aislamiento de las personas. Los problemas sociales se recrudecen, parece que no hallamos solución y que, en vez de avanzar, retrocedemos. Hace un mes celebrábamos el nacimiento del Salvador, quien vino a dar sentido a nuestro dificil peregrinar. En Él descubrimos que el mundo está llamado a ser más justo y solidario, menos egoísta. Él cargó en la cruz con nuestro pecado, personal y social; es tiempo de que nosotros transformemos la realidad para que se acerque el reino de la justicia querido por Dios.
¡Cómo está el mundo!
¡Cómo está el mundo!
Me digo todos los días
cuando abro el periódico,
mientras escucho el noticiero
en la radio o la televisión,
o tal vez si vuelvo a ver
a algún hombre, mujer o niño
mendigar por las calles de mi ciudad.
¡Cómo está el mundo!
Exclama la madre y se asusta
porque no ve un futuro claro para sus hijos,
porque sube cada vez más el precio de la compra
o porque de nuevo ha visto en la calle tirado
a un joven y su jeringa.
¡Cómo está el mundo!
Se oye en el trabajo.
Cada vez más paro y menos salario,
más difícil sacar adelante la familia,
más tristeza acumulada en el que se cree inútil
porque no hay un puesto para él.
¡Cómo está el mundo!
Es un coro a cuatro,
a seis,
a cinco mil millones de voces.
Una polifonía sorda que nos abruma
y nos llena de tristeza,
de escandalosa admiración,
de imposible desesperanza.
¡Cómo está el mundo!
Grita un Crucificado en Viernes Santo.
Alza, extiende, eleva sus brazos
y expira.
Y descansa y muere y resucita
tal y como está el mundo.
Javier F. Chento
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