¡Cómo está el mundo!
Me digo todos los días
cuando abro el periódico,
mientras escucho el noticiero
en la radio o la televisión,
o tal vez si vuelvo a ver
a algún hombre, mujer o niño
mendigar por las calles de mi ciudad.

¡Cómo está el mundo!
Exclama la madre y se asusta
porque no ve un futuro claro para sus hijos,
porque sube cada vez más el precio de la compra
o porque de nuevo ha visto en la calle tirado
a un joven y su jeringa.

¡Cómo está el mundo!
Se oye en el trabajo.
Cada vez más paro y menos salario,
más difícil sacar adelante la familia,
más tristeza acumulada en el que se cree inútil
porque no hay un puesto para él.

¡Cómo está el mundo!
Es un coro a cuatro,
a seis,
a cinco mil millones de voces.
Una polifonía sorda que nos abruma
y nos llena de tristeza,
de escandalosa admiración,
de imposible desesperanza.

¡Cómo está el mundo!
Grita un Crucificado en Viernes Santo.
Alza, extiende, eleva sus brazos
y expira.
Y descansa y muere y resucita
tal y como está el mundo.