“Se le acercó un leproso y, arrodillándose, le suplicó”
1 Sam 4, 1-11; Sal 43; Mc 1, 40-45.
En todas las culturas y en todos los tiempos, las enfermedades resultan tanto más repugnantes cuanto más contagiosas son. Por esta razón, en tiempos de Jesús, los leprosos eran fuertemente rechazados por la sociedad. La legislación de Israel sobre este asunto era muy severa. Y es que esta enfermedad se consideraba no sólo un peligro muy grave para la salud y la vida, sino que además era una “impureza religiosa”. Como consecuencia de todo ello, estaba prohibido cualquier tipo de contacto con un leproso. Además, éste no podía entrar en ninguna población y se veía obligado a vivir alejado de la convivencia humana.
Sorprende este evangelio cuando se nos dice que el leproso “se acercó a Jesús”. El leproso seguramente vio en Jesús un hombre al que se le podía acercar sin ser rechazado. La reacción de Jesús fue sorprendente: en vez de rechazarlo, “sintió lástima por él”. Más sorprendente aún fue cuando “lo tocó”. El contacto físico sanó al leproso.
Jesús quebrantó la ley al tocar al leproso, y era consciente de ello. De ahí el que “ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo”. Se solidarizó tanto con el excluido que llegó a ser Él mismo un excluido social. Y todo para devolverles la dignidad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Francisco Javier Álvarez Munguía C.M.
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