“Bajó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma”
Is 40, 1-5.9-11; Sal 103; Tit 2, 11-14.3, 4-7; Lc 3, 15-16.21-22.
En su bautismo, Jesús recibió el Espíritu Santo. Hoy, en nuestra sociedad moderna, se habla del “espíritu” de una persona. Con esta expresión se quiere designar lo más hondo y decisivo que caracteriza a dicha persona: la pasión que la anima, su inspiración última, lo que es capaz de contagiar a los demás, la influencia que deja por donde pasa…
Ser bautizado significa recibir el Espíritu de Jesús. Y esto lo cambia todo. Por ejemplo, cambia radicalmente su experiencia de Dios; ya no se vive con “espíritu de esclavo”, agobiado por el miedoa Dios, sinocon“espíritudehijos” que se sienten amados incondicional- mente por el Padre. Cambia también su manera de vivir la religión: ya no se sienten “prisioneros de la ley”, las normas y los preceptos, sino liberados por el amor. “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín, en su pretensión de hacer ver que los que entran en la lógica del amor, ya no necesitan la pedagogía de la ley.
No olvidemos lo que San Pablo decía a sus comuni- dades: “No apaguen el Espíritu”. Una Iglesia apagada, vacía del “espíritu” de Jesús no puede vivir, saborear y comunicar el Evangelio.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Francisco Javier Álvarez Munguía C.M.
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