“¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!”
1 Jn 4, 11-18; Sal 71; Mc 6, 45-52.
Al ver a Jesús caminando sobre las olas del lago, los discípulos gritaron de miedo. El grito concentra el desamparo, la angustia, la fragilidad, la impotencia del hombre que se siente amenazado. El grito es una reacción instintiva que quiere detener el peligro, alejar el mal, tomar valor para hacerle frente. El miedo intenso también paraliza, nos deja mudos, congelados.
Por otro lado, el miedo, en sus distintos grados, es un compañero de camino en la vida. Va cambiando de rostro, de intensidad… pero ahí está. Su causa puede ser la oscuridad, o la posibilidad de un regaño de los papás, el rechazo de los compañeros, de la novia, reprobar el examen, perder el empleo, ser sorprendido en una infidelidad. Miedo a ser asaltado o secuestrado, a envejecer, a morir…
En medio de este mar embravecido que puede resultar a veces la vida, es esperanzadora la frase de Jesús a sus discípulos:
“No tengan miedo, soy yo”. Como si les (nos) dijera: Conmigo no tienen por qué temer, conmigo están seguros, nada ni nadie les hará daño.
¿Cuáles son tus miedos? Deja que Jesús se acerque y te diga: Aquí estoy, no temas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Francisco Javier Álvarez Munguía C.M.
0 comentarios