Durante un retiro el año pasado, tratando de ser consciente de las formas en que Dios está presente en la vida, me encontré con una fórmula de tres palabras que desde entonces me ha sorprendido por su utilidad. Las palabras eran: «Detenerse, mirar, ir». Su trasfondo es el ritmo acelerado de la vida moderna, rebotando de una superficie a otra, sin adbertir lo que hay más profundamente.
Así, la primera palabra «Detenerse». Dá un paso atrás en la rápida corriente de acontecimientos. Bájate del tren por un minuto.
Luego, «Mira». Fíjate en las cosas de belleza, verdad y bondad que aparecen por todas partes, especialmente en la Iglesia. Así, los colores que brillan a través de las vidrieras, la forma en que la luz resplandece en el altar, los sonidos de la gente reunida, la sinceridad y los deseos en los rostros de los vecinos cuando se ponen de pie y se arrodillan para rezar.
Y luego, «Ir». Sentir la influencia de esos tonos y formas y profundidades, salir de nuevo al día.
Este hilo de «Detenerse, mirar e ir» serpentea a través de las palabras y acciones de esta Fiesta de la Epifanía.
Su primera fase, «Detenerse», es el contexto de la exhortación de Isaías a alejarse de la actividad presente. Luego, «Mirar», o como lo expresa el Profeta: «Alza los ojos y mira a tu alrededor… Quedarás radiante ante lo que ves» (Is 60,1.3)… «y así notarás que la gloria del Señor brilla sobre ti». Finalmente, «¡Ir!» Vive a la luz de esa gloria, deja que sus rayos brillen a través de ti hacia tu mundo.
¿No podrían tomarse las palabras de Isaías como un relato poético del comportamiento de aquellos Tres Sabios de Oriente? Primero, se detuvieron. Luego, se fijaron en su estrella en su salida, un hecho que otros pasaron por alto en su ajetreo, este trío se detuvo un minuto para observar lo que les rodeaba (mejor dicho, lo que estaba por encima de ellos). Y luego, «Ir», partiendo en una nueva dirección, dejándose guiar por lo que su parada les había revelado y seguía haciéndolo.
Detenerse, mirar e ir: podríamos llamarlo la fórmula de la Epifanía, una pauta establecida para todos los que hoy también seguimos esa Estrella hacia Belén.
«Deternerse». En el transcurso del día, haz una pausa, aléjate de la rutina y simplemente estate ahí.
Y luego, mira a tu alrededor. Qué rastros sutiles y en su mayoría pasados por alto de la gloria de Dios podrían estar mostrándose, por ejemplo, en una puesta de sol, o en el acto desinteresado de otro. Qué ejemplos claros del comportamiento de Jesús pueden estar ocurriendo a nuestro alrededor, por ejemplo, en la atención superior que un trabajador sanitario presta a un paciente de Covid, o en la lealtad de por vida que una madre muestra a su hijo desfavorecido.
Entonces, al notar estas señales (estrellas), ¡Ir! Haz el viaje para visitar a ese pariente abandonado, da esa costosa donación a un banco de alimentos, da ese primer paso de perdón hacia alguien que te ha hecho daño.
En la fiesta de la Epifanía, pensamos en los Reyes Magos cuando se detuvieron, miraron y salieron.
Más aún, podríamos pensar en Dios que, como Dios:
- se detiene, para venir entre nosotros en este bebé, Jesús,
- nos mira, a través de esos amorosos ojos de niño,
- y luego se entrega totalmente a cada uno de nosotros, en la vida, la muerte y la resurrección de su Hijo y el envío de su Espíritu.
Y, en efecto, ¿no se podría captar algo del corazón del don de Vicente de Paúl en estas mismas tres palabras? «Detente, mira y ve».
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