“El Señor escucha el clamor de los pobres””
Sof 3, 1-2. 9-13; Sal 33; Mt 21, 28-32.
Israel se cree una nación rica, poderosa, autosuficiente y, por ello, no acepta la voz de Dios. Aunque oficialmente es el “pueblo de Dios”, de hecho, se rebela contra Él y se fía sólo de sí mismo. Se ha vuelto indiferente, incrédulo; ya no tiene a Dios en sus planes ni en su vida.
Ahora puede pasar lo mismo con los cristianos, y es bueno que recojamos esta llamada a la autocrítica sincera: en este Adviento, ¿dónde quedamos mejor retratados? ¿Somos de los autosuficientes que ponen su confianza en sí mismos, de los “buenos” que no necesitan la salvación? ¿O pertenecemos al pueblo que se reconoce pobre y humilde, el “resto de Israel” que acogió el mensaje de Juan el Bautista?
Tal vez nos sentimos muy orgullosos por llamarnos “católicos de siempre”: rezamos, cantamos y llevamos medallas. Estas son cosas muy buenas pero,
¿llevamos a la práctica lo que rezamos y creemos? No se trata solo de prometer, sino de cumplir; lo importante no es solo cuidar la fachada, sino la realidad interior. Urge que nuestras obras correspondan con nuestras palabras.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Seminaristas del Seminario Vicentino de Tlalpan, Ciudad de México
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