Esto va dedicado a todos los vicentinos que se entregan por amor en Cuba.
¿Hasta cuándo Cuba?
Si yo creyera que todo fuera diferente.
Si yo supiera que tu silencio fuera
Gritar y resolver.
¿Cuántos años supe yo que
conocerte era el vivir en un Cristo
que sudaba sangre como en Guatemala?
Y cuando por fin estuve en
aquella famosa Plaza Mártires,
escuche el clamor de un pueblo muy herido,
sentado en la explanada.
En pocos minutos el viento me acarició
y de pronto empecé a escuchar todo
lo que esperaba saber y sentir.
No recuerdo como los rostros de aquello
teñido con sangre me puso la piel enchinada;
Lo cierto es que lo valiente que yo me sentía,
no era nada comparado con lo que allá se sufría.
La realidad llego para mí, con la necesidad
de encontrar quienes hacían vida
las palabras “Vicente de Paúl” o del famoso “Federico Ozanam”.
Sin pensarlo, la brisa en el malecón me desvaneció las manchas del recuerdo de aquel clamor
tan tremendo. Tenía que haber sido jueves porque es el día que abren la Capilla
cerca del suntuoso Hospital de los Hermanos Almeijeiras.
Luego de tantas preguntas, la festividad de la
Milagrosa no fue como lo esperaba.
Y, aunque fue una misa solemne,
el saludo de la paz fue el anhelo para seguir
y buscar en donde estaban los demás.
Así logre llegar a la Parroquia de La Merced,
En la Calle Cuba y esquina de la Calle La Merced.
El siguiente paso fue estar en el #806
con una sobria fachada y esplendorosa luz interior.
En aquel momento solo encontré
Un servicio de comida con sabor a realidad.
Los ancianos eran prioridad pero, para un joven como yo, no hubo oportunidad.
Así fue como llegué
por la Barricada de Santos Suárez.
Y al encontrarme con necesidad,
una acogida quise encontrar
y un plato de ropa vieja fue lo que logré; con un sabor a familia,
como si estuviera en mi país natal.
No recuerdo en realidad como la felicidad me sorprendió,
los momentos florecidos del querido
con un espacio para los muchachos con Down,
o el comedor y “Casa de los Abuelos”
¡Ah, qué maravilla!
¿Cómo es que el sobrio autobús ya no funciona como antes? Me imagino que los sillones siguen esperando a los pasajeros de primera clase y a los monitores que cuidarán los próximos viajes. No es por vana gloria, pero encontré a las “Luisas” o “AIC” muy bien perfumadas a oveja, con el recuerdo de que sus vidas van quedándose apagadas porque no hay quien quiera hacerse cargo de darse el gusto de trabajar con sus gabachas.
Entre tantos cafecitos saboreé uno con sabor a Conferencista Vicentina que, después de una plática tan amena, mi tocayo me compartió que no hay quien quiera el trabajo y asumirlo con mucho amor. A mi criterio en esto se resumiría: “No hay quien lo promueva, ni en América ni en las Antillas”.
Entre estudios, viaje y experiencia vicentina yo diría que enfrentarse a la realidad de la pobreza en Cuba —no soy quien para decirlo, pero— es momento de dejar en el recuerdo la ropa vieja y cambiar por un nuevo sabor;
Un sabor Vicentino, donde florezca Lusarreta en su pueblo, en su gente, “Hasta la Victoria siempre”.
¿Quién responde por Cuba?
¿Respondes tú o empiezo yo?
Mi visita fue por enseñanza, aunque mi estadía fue con rostro de realidad.
“Vicentinear” es mi vida y lo logre experimentar acá con ayuda de algunas Luisas, con los retoños de Yudit Aguilera, en consecuencia de la querida Lauren, con ideas de la incansable Claudia, con seriedad del querido Juan Pablo, la alegría de Yuniel, con el Apoyo de César Saldaña, sin dejar de nombrar a los que no recuerdo, a los que hacen todo realidad.
Algún día volveré y no quiero volver como me fui: sin nada que ofrecer, sin nada que proveer. Lo único que me queda es gritar por ellos que muchas veces quieren callarles su voz. Gritar al viento, pero el viento salado de aquella playa Limones. Para ser junto a ellos la sal del mundo, porque somos los que somos y estamos los que tenemos que estar.
Mario Andrez Gutierrez Hernández,
Conferencia Santa Luisa de Marillac, Guatemala.
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