“El Señor nunca olvida sus promesas”
Rom 4, 13. 16-18; Sal 104; Lc 12, 8-12.
Dar testimonio de Cristo es a veces difícil o arriesgado, pero no olvidemos que si Jesús nos invita a ser sus testigos ante los hombres es porque sabe que el mundo desea y necesita que alguien le anuncie la Palabra de Dios.
En el evangelio de hoy Jesús nos habla de dar testimonio de él y luego habla del martirio. Puede que a nosotros no se nos presente esta ocasión extrema en nuestra vida, pero sí muchas oportunidades para testimoniar el Evangelio: sonreír a personas que no soportamos, callarnos cuando deseamos criticar o juzgar a alguien, manifestar o defender la propia fe frente a los demás aun cuando sepamos que seremos objeto de burlas y críticas, en fin, Jesús nos invita a aceptar con alegría las pequeñas cruces de cada día haciéndolo por amor a Dios.
No olvidemos que el dolor siempre tiene que estar cargado de esperanza; la cruz, por sí sola, es inútil y nos lleva a la desesperación. Jesús sufrió como nadie, pero resucitó y su sufrimiento no fue inútil.
De la misma manera nuestro dolor puede ser efectivo, pues además de producirnos salvación, mediante él podemos recibir del Señor grandes bendiciones y gracias, para nosotros y para las personas que nos rodean.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Guillermina Vergara Macip, AIC México
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