”Los cielos proclaman la gloria de Dios“
Rom 1, 16-25; Sal l8; Lc 11, 37-41.
En el relato del evangelio de hoy, Jesús, al terminar de hablar, es invitado a comer por un fariseo. El Maestro, que se sienta a la mesa con todos como símbolo del banquete del Reino que no excluye a nadie, acepta gustoso.
Los fariseos eran personas piadosas, cumplidores de la Ley, pero habían llegado al extremo de convertir las “tradiciones de sus padres” en normas religiosas, que ellos trataban de imponer a todo el mundo. Originalmente los ritos externos del judaísmo eran símbolos de actitudes internas profundas. Sin embargo, la mayoría de las acciones rituales se habían quedado vacías porque no respondían ya a actitudes interiores, eran acciones huecas.
También en nuestra vida cristiana nos puede ocurrir lo mismo. ¿Hay ocasiones en que damos más importancia a la apariencia que a lo que hay en el interior del corazón?
Que las buenas obras broten de nuestro amor a Dios y al prójimo. Que nuestra intención no sea solamente impresionar a los hombres.
Que Nuestra Señora del Pilar, que hoy celebramos, nos ayude a ver el interior de los demás ocultando su apariencia y defectos y destacando sus virtudes y cualidades.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Guillermina Vergara Macip, AIC México
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