“Señor, enséñanos a orar”
Jon 4,1-11; Sal 8; Lc 11, 1-4.
Para rezar no hay necesidad de hacer ruido.
A veces creemos que, cuando oramos, hay que derrochar muchas palabras, tener ideas brillantes, formular frases bonitas que dirigimos a Dios. Nada de eso es indispensable. Santa Teresa de Jesús, maestra de oración, decía: “orar no es mover los labios”.
Entonces, ¿cómo se debe orar? Jesús nos lo enseñó en el texto del evangelio que hoy leemos: el Padre que está en el Cielo “sabe lo que necesitan, antes incluso de que se lo pidan”. Por lo tanto, la primera palabra debe ser “Padre”. Esta es la clave de la oración. ¿Es un padre solamente mío? No, es el Padre “nuestro”, porque yo no soy hijo único. Ninguno de nosotros lo es. Y si no puedo ser hermano, difícilmente puedo llegar a ser hijo de este Padre, porque es un Padre con certeza mío, pero también de los demás, de mis hermanos.
En el evangelio los discípulos le piden a Jesús: Señor, enséñanos a orar. Y Jesús les enseña porque le interesa que oremos bien, porque la oración es la gran disciplina del cristiano. El mismo Jesús lo dirá en el huerto de Getsemaní: Vigilen y oren para que no caigan en tentación. Para ello, Jesús hoy nos ofrece la oración más perfecta, la más bella y la mejor: el Padre Nuestro.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Guillermina Vergara Macip, AIC México
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