“El Sr. Vicente al principio no tuvo otro propósito que fundar la Cofradía de la Caridad en las aldeas, donde, al no haber hospitales, los pobres enfermos a menudo quedaban abandonados. Pero cuando el Sr. Obispo de Beauvais conoció los grandes frutos producidos por la Cofradía de la Caridad para el bien espiritual y para el alivio corporal de los enfermos pobres, quiso que se fundara en las dieciocho parroquias de la ciudad de Beauvais. Y cuando algunas Señoras virtuosas y caritativas de París vieron los buenos frutos de la Cofradía en las aldeas, trataron de que se fundara también en París, en su parroquia del Salvador, y siguiendo los deseos del párroco, el Sr. Vicente la fundó el año 1629. Y el año siguiente la Señorita Le Gras invitó a cinco o seis señoras conocidas suyas de la parroquia de san Nicolás du Chardonnet, donde vivía, a juntarse con ella para el servicio de los enfermos pobres; y así lo hicieron. Escribió al Sr. Vicente para darle cuenta del progreso que habían realizado en aquella obra caritativa. Él le recomendó que siguieran los Reglamentos de las Cofradías ya establecidas. Luisa lo cumplió fielmente, y Dios concedió tal bendición que otras señoras se asociaron, y los pobres han estado desde entonces siempre muy bien atendidos bajo la sabia dirección del Sr. Párroco” (ABELLY, p. 117). Vuelto Vicente de Paúl a casa de los Gondi en las navidades de ese mismo año 1617, continuó las misiones por las tierras de los señores, terminándolas siempre con la institución de las Caridades.
En las ciudades también había pobres, decía san Vicente (XI, 387), viviendo de limosnas, del engaño o del robo. Era casi imposible evangelizarlos, y explica que san Vicente no los misionara. Francia comienza a industrializarse en el siglo XVI, y recibe un impulso grande en el reinado de Enrique IV. Antes de Colbert, aunque la industria casi no existía, ya había obreros urbanos[1]. A final de ese siglo suman las dos terceras partes en Lyon, la cuarta parte en Beauvais, y en Amiens hay más de 5.000 obreros acogidos a la caridad pública. En la categoría de proletarios, además de los obreros, entran los oficiales y maestros-obreros[2] que trabajaban para otros, por no tener dinero para modernizar sus talleres, adquirir materias primas o para asegurar la venta ante la competencia. Suelen atarse a un manufacturero, especie de capitalista que les presta el dinero. Menos categoría tenían los obreros que trabajaban en sus casas o los campesinos que iban a trabajar a las ciudades durante el invierno.
El obrero era pobre y su vida, dura. Trabajaba de sol a sol, 8 horas en invierno y 14 en verano. El salario era bajo y el de las mujeres mucho menor. Solo cobraba los días que trabajaba, que, descontando el gran número de fiestas, suponían unos 280 al año, que el mal tiempo solía reducir a 180. Y el salario quedaba devaluado si el patrón pagaba en género: pan, vino, telas, cuando no podía vender (fue prohibido en 1655) o en monedas de cobre que los comerciantes recibían mal y les daban un valor inferior. El precio del pan, base de la comida del pobre, no era caro en años normales, pero las malas cosechas podían doblar su precio.
Aunque la vida era dura, en épocas normales se podía vivir; en épocas anormales los pobres se hundían. En la ciudad solían tener ayuda de la municipalidad, como “la tasa de los pobres” y las colectas que se hacían para ellos en las iglesias. Ayudas de las que carecía el campesino, pero este tenía sus ventajas en época de hambre. Recibía su salario en especie, quedando revaluado; por el contrario, al trabajador industrial, que recibía su salario en dinero, le quedaba devaluado. San Vicente no misionó las ciudades, pero implantó en ellas las Caridades y a las Hijas de la Caridad. Si fundó la Congregación de la Misión para evangelizar a los pobres del campo y no a los de la ciudad, tan pobres como aquellos, se debió a que “san Vicente era capellán de los señores de Gondi y éstos eran señores de muchos pueblos campesinos”[3]. Con el paso de los años se convenció que los campesinos eran los más necesitados espiritualmente y la Congregación de la Misión debía atenderlos. Eran pobres que no sabían a dónde ir para encontrar trabajo y comida, y le obligaban a exclamar: “Pero, en cuanto a los pobres, ¿qué harán? y ¿a dónde podrán ir? Confieso que son mi peso y mi dolor”[4].
Por entonces las misiones se daban en las ciudades, y la sociedad contempló atónita que se había fundado una congregación para misionar a los campesinos. Las ciudades estaban religiosamente mejor atendidos que las aldeas, encomendadas a sacerdotes ignorantes, viciosos y sin celo, como se lo encasquetó un hereje por el año 1620: “Señor, dice usted que la Iglesia de Roma está dirigida por el Espíritu Santo, pero yo no lo puedo creer, puesto que por una parte se ve a los católicos del campo abandonados en manos de unos pastores viciosos e ignorantes, que no conocen sus obligaciones y que no saben siquiera lo que es la religión cristiana; y por otra parte se ven las ciudades llenas de sacerdotes y de frailes sin hacer nada; puede ser que en París haya hasta diez mil, mientras que esas pobres gentes del campo se encuentran en una ignorancia espantosa, por la que se pierden. ¿Y quiere usted convencerme de que esto está bajo la dirección del Espíritu Santo?; no puedo creerlo” (XI, 727)[5]. Al pasar los años, san Vicente se sentía ufano hasta exclamar que “no hay en la Iglesia de Dios una compañía que tenga por lote propio a los pobres” (XI, 387).
En la actualidad las ciudades se han convertido en agujeros negros que devoran personas. Dentro de no muchos años las grandes urbes serán el hogar de las dos terceras partes de la humanidad. Y el problema se agravará porque este planeta tendrá 9.700 millones de habitantes, planteando el gran problema que ya están sufriendo Madrid o París de los precios de los alquileres. Habrá ‘minipisos’ de 30, 40 o 50 metros cuadrados. Colmenas de viviendas en donde las zonas comunes incluirán grandes cocinas y lavadoras para que el espacio en casa sea más aprovechable. El futuro será el de estas ciudades. Ya son millones las personas que cada año se trasladan a ellas en todo el mundo.
P. Benito Martínez, CM
Notas:
[1] Gaston ZELLER, « Industrie en France avant Colbert » en Revue d’histoire économique et sociale, 1950
[2] Pierre GOUBERT, Cent mille provinciaux au XVII° siècle, Beauvais et le beauvaisins de 1600 à 1730, Paris (Flammarion), 1968, p. 292. G. FAGNIER, « L’assistance publique et la charité féminine dans la première moitié du XVII siècle » en Revue des questions historiques, juillet, 1924, p. 8.
[3] Benito MARTÍNEZ, C.M., “Motivaciones sociales en la fundación de la Congregación de la Misión” en Vicente de Paúl. Pervivencia de un fundador (Primera Semana Vicenciana de Salamanca) 1972, p. 26.
[4] ABELLY, Luis, La vida del Venerable Servidor de Dios, Vicente de Paúl… L. III, cap. XI, p. 623.
[5] Parecida es la frase de Lutero que se cita en el Prologo del Catecismo Menor: «muchos párrocos y curas eran ineptos e incompetentes para enseñar… sin saber siquiera el Padrenuestro, el Credo y los Diez Mandamientos, viviendo muchos de ellos como bestias”. Frases parecidas empleó san Vicente en la súplica dirigida al Papa Urbano VIII para que aprobara la Congregación de la Misión (I, 121s).
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