El Verbo se hace carne, el imperecedero, perecedero. Y participa él de nuestra humanidad para que compartamos su divinidad.
Jesús se ha dicho el pan bajado del cielo, lo que los hace a los judíos criticarle. Saben que él es del mismo suelo natal que ellos y perecedero como ellos. Conocen a su madre y a su padre.
Y parece que la crítica no es cuestión solo de un debate entre rabinos. Si se tratara de un intercambio de ideas, la crítica, aun tajante, aún estaría bien. Pero «criticar» nos remite al relato del Éxodo (15, 4; 16, 2; 17, 3). En él, criticar o murmurar era lo que hacían los que no tenían fe en Dios.
Así que la crítica quiere decir falta de fe. Y se aborda este asunto en la respuesta de Jesús. Pues les dice él en parte: «Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna».
Y no se desdice Jesús de lo que ha dicho. Vuelve a decir que él es el pan de la vida, el pan del cielo. Y que los que comen de él no morirán.
Pero les aclara también Jesús a los que murmuran que venir a él no se debe a la obra humana. Él les dice: «Nadie puede venir a mí, sino lo trae el Padre que me ha enviado».
Para ser del Hijo, pues, no puede uno confiar ni en la sabiduría de los hombres ni en las obras de la ley. El Padre le tendrá que enseñar. Y el que escucha al Padre y aprende de él no puede sino ir al Hijo.
No aceptar lo perecedero es correr el riesgo de rechazar lo imperecedero.
Parece, pues, que se les advierte a los que se presumen de sabérselo todo. Les introduce Jesús la fe que les faltaba a los que comieron el maná y murieron.
Pero tendrán vida eterna, sí, los creyentes; la fe quiere decir la resurrección en el último día. En cambio, los observantes que murmuran por falta de fe morirán.
El murmurar de ellos se debe a que es humano Jesús; esto es la piedra que los hace tropezar. Y más tarde tropezarán aún más. Es que él dirá: «El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo».
Es curioso que esto lo diga él; no quiere que trabajemos por el alimento perecedero. Y, ¿no es la carne alimento perecedero? Pero lo que ha dicho lo reiterá él cuatro veces más. Y por su carne y sangre, —alimento perecedero—, los creyentes podemos compartir la plenitud del Verbo imperecedero. Compartir gracia tras gracia y la verdad, y se impedirá a que nos echemos a perder.
Claro, nos cuesta entenderlo. Pero cual todo misterio, esto se vive más que se razona (san Buenaventura). Se acepta la invitación: «Venid», para ver desde el Padre y Jesús en la luz del Espíritu Santo (Jn 1, 39). Luego se vive la pobreza que supone el seguir al que llama. Es que se dan de lado las seguridades, certezas y méritos que se amasan con observar la ley.
Los fieles al llamamiento, pues, serán del grupo de los pobres de Yahvé, gente de fe sencilla y viva (SV.ES XI:120, 462). A ellos les da a conocer el Padre los misterios que esconde a los satisfechos.
Señor Jesús, haz que nos alimentemos de tu carne y sangre. Cobraremos así fuerza para el camino largo y duro. Así también, perseveremos en imitar a Dios y vivir en el amor, hasta que nuestro ser perecedero se vuelva imperecedero.
8 Agosto 2021
19º Domingo de T.O. (B)
1 Re 19, 4-8; Ef 4, 30 – 5, 2; Jn 6, 41-51
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