“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!”
Éx 2, 1-15; Sal 68; Mt 11, 20-24.
Las palabras de Jesús podrían parecernos duras en este pasaje del Evangelio, y lo son, pues de alguna manera está llamando la atención a los habitantes de esas ciudades porque en ellas ha caminado, acompañado, perdonado, realizado milagros, pero no se han arrepentido y, por lo tanto, no han iniciado su proceso de conversión, aún a pesar de haber visto sus obras.
Escuchar los nombres de estas ciudades quizá no nos diga mucho, pero si en lugar de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm colocáramos nuestro nombre, entonces sí que esa llamada de atención nos la podríamos apropiar, sabiendo que hoy se dirige a ti, a mí, a nosotros, y que seguramente, con una voz, no de enojo, sino más bien de tristeza y de dolor, Jesús nos diría: “ay de ti Julia, Inés, Joel, Efrén…”, porque de los talentos recibidos, muy poco has compartido; porque en ocasiones no has sabido brindar tu vida a los demás.
Te pedimos, Padre, ayúdanos a reconocer lo que necesitamos reconfigurar para poder tener esa vida plena que Tú anhelas para cada uno de nosotros; para encontrarnos contigo en el hermano y brindarnos a todos, como lo hace Jesús en el Evangelio.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Raquel Estrada Díaz.
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