Jesús es el profeta de los profetas. Y los llamados a ser profetas debido a nuestro bautismo lo seremos solo si hacemos lo que él.
La gente toman a Jesús por uno de los profetas (Mt 14, 5; Mc 8, 28; Lc 7, 16; Jn 7, 40). Los letrados, en cambio, se engríen de no ser tan crédulos (Lc 7, 39; Jn 7, 52).
No son tan crédulos tampoco los de la misma tierra que Jesús. Tienen ellos conciencia de que él enseña con sabiduría. Pero saben también que él es carpintero; conocen también a sus familiares. Y a los compueblanos les resultan no compatibles esas dos cogniciones. Eligen, pues, el camino de salida más fácil; desconfían ellos de él simplemente.
Los cristianos, por nuestra parte, creemos que Jesús es el Hijo, por el que nos habla Dios hoy día. En tiempos pasados, éste habló a nuestros padres por los profetas.
Así que, para nosotros, Jesús es superior a los profetas. Como Hijo, vive él en íntima unión con el Padre (Jn 1, 18). Además, solo habla él lo que el Padre le ordena (Jn 12, 49). Por lo tanto, nadie está en mejor condición para hablar la palabra de Dios. De hecho, el Hijo es la Palabra del Dios y lo da a conocer.
Y todo esto lo sabemos por la predicación de los galileos que se cuentan entre la gente sencilla. También por el testimonio del que ha cambiado la sabiduría por la locura (Fil 3, 4-8). Es que a la gente sencilla revela el Padre cosas que esconde a los sabios (Mt 11, 25). Dios escoge, sí, a los que, según el mundo, son necios, débiles, despreciables y nada cuentan (1 Cor 1, 27-28). Pero cuando son necios y débiles, son sabios y fuertes.
Los profetas: voz de Dios; voz de los sin voz
No es de sorprender, pues, que Dios haga profetas también de los no cualificados a los ojos del mundo. De los poco elocuentes y de los de labios impuros (Éx 4, 10; Is 6, 5; Jer 1, 6). Los convierte él en su voz y, por lo tanto, en voz de los sin voz.
Es que Dios oye el clamor de los pobres. Y es por eso que Jesús no puede sino estar de lado equivocado de la historia, del lado de perdedores. Para ser profetas, pues, que a esto nos llama nuestro bautismo, tenemos que hacer lo que él.
Hacer lo que Jesús quiere decir recorrer pueblos y aldeas, proclamar la Buena Nueva, ayudar a los necesitados. Es decir, nos toca a los escogidos por Dios ser «instrumentos de su caridad inmensa y paterna» (SV.ES XI:553-554). Hemos de «llevar a nuestro alrededor y por todo el mundo el amor de Dios». Se nos pide, claro, que nosotros mismos ardamos de ese amor, pues «no se puede dar lo que no se tiene». No arder nosotros de tal amor es contarnos entre los de Jesús que no lo acogen.
El mismo amor nos apremia también a asistirles a los pobres de todas las maneras (SV.EN XI:393). Hasta el punto de entregar nosotros el cuerpo y derramar la sangre por ellos.
Señor Jesús, concédenos ser profetas como tú, viviendo de la palabra de Dios. Así nuestro alimento será el hacer su voluntad y cobrarenos fuerza para despertar las conciencias de la gente y trabajar por la justicia y el amor.
4 Julio 2021
14º Domingo de T.O. (B)
Ez 2, 2-5; 2 Cor 12, 7-10; Mc 6, 1-6
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