“No soy digno de que entres en mi casa”
Gén 18, 1-15; Lc 1; Mt 8, 5-17.
Otro milagro. Ahora Jesús sana, a distancia, al hijo de un centurión que se lo suplicó. Aquí, Jesús combina la gracia de la salud del muchacho con el gesto de inclusión y acogida al centurión.
Los centuriones eran oficiales del ejército romano, columna vertebral del imperio. Tenían a su cargo una centuria, fuerzas de ocupación táctica y administrativa mediante las cuales Roma mantenía bajo control su vasto imperio. Era, pues, un extranjero enemigo del pueblo.
Pero estaba destrozado viendo sufrir a su hijo y acudió con fe a Jesús. Tiene la delicadeza de sugerir que realice la curación sin tener que entrar a su casa, para ahorrarle problemas con las leyes de pureza ritual judías.
Jesús alaba su fe, y de una vez anuncia que la salvación de Dios está dirigida a todos los hombres que acojan el proyecto del Reino: “Muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino”. Porque a la dicha que solo Dios nos da, se accede no por la raza o por la nacionalidad, sino por creer en Jesucristo y abrazar su proyecto.
Dile a Jesús: Señor, creo que solo con una palabra puedes hacer que mi vida florezca.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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