El evangelio de san Marcos fue el primero escrito, y estaba dirigido a aquellos cristianos de la primera generación, muy probablemente gentiles. Los comentaristas nos dicen que estos creyentes se enfrentaban a fuertes turbulencias: la sospecha de los líderes judíos, el opresivo gobierno romano e incluso grupos rivales que predicaban un Evangelio diferente. Cuando Marcos se dirige a este rebaño en peligro, no es de extrañar que incluya un par de parábolas de Jesús llenas de esperanza, lecciones sobre cómo crecen las cosas.
Las cosas crecen incluso cuando dormimos, observa Jesús. Maduran por sí solas y de dentro a fuera. Lo esencial en la evolución de un cultivo no es lo que hace el agricultor. El crecimiento ocurre por sí mismo.
Jesús se solidariza con esta Iglesia naciente en sus desalentadores esfuerzos por llevar la Buena Noticia del amor de su Padre. El trabajo subyacente, el movimiento fundamental hacia el Reino, surge de una fuente cualitativamente más profunda: Su propia presencia en el Espíritu. Es eso lo que es la verdadera causa de cualquier maduración, que ocurre tanto si el dueño está como si no. La parte esencial, el crecimiento mismo, es obra de Dios, y el consejo de Jesús es apoyarse en esa vitalidad. Creer y confiar en que algo mucho más profundo está actuando.
¿No podría el Señor estar contando de nuevo esa parábola tranquilizadora a nosotros, los cristianos del siglo XXI, los miembros actuales de su Cuerpo? La comparación de las cifras de asistencia actuales con las de hace treinta y cuarenta años revela una Iglesia que ha entrado en tiempos de vacas flacas. Y no sólo las cifras, sino los escándalos del clero y la disensión entre los líderes, junto con la desconfianza de toda la cultura hacia las instituciones, especialmente las religiosas, todo esto y más ha suscitado poderosos vientos contrarios en la actualidad.
La enseñanza de Jesús no es que dejemos de trabajar y reformar, sino que nos reconforte la verdad más profunda sobre la fuente subyacente del crecimiento de la Iglesia. El Divino, trabajando dentro de esa semilla, está haciendo que crezca incluso cuando los agricultores estamos dormidos en nuestros lechos.
La segunda parte de la parábola agrícola de Marcos, la pequeña semilla de mostaza, nos dirige a diferentes esfuerzos cuesta arriba que se están realizando actualmente para alimentar nuestra fe.
Está el llamamiento del papa Francisco a cuidar el medio ambiente, y su novedoso método de tomar decisiones por consenso de grupo (lo que él llama un sínodo) en lugar de por decreto desde arriba. Están esos prometedores grupos de jóvenes que se autodenominan «Nones» (cuando se les pregunta en algún formulario sobre su afiliación religiosa, marcan «None [ninguna]»). Aunque desconfían de la institución, sienten la atracción del Espíritu en su núcleo y se han reunido para alimentar este sentido tan arraigado. Y cómo podemos pasar por alto el florecimiento de la actual Familia Vicenciana en todo el mundo, ya que amplía el alcance de la proclamación de la Buena Nueva que caracteriza a Vicente de Paúl.
¿Podríamos ver estas cosas como ejemplos de lo que Jesús dice sobre la semilla de mostaza, la más pequeña de todas, que eventualmente crece hasta convertirse en la más grande de las plantas cuyas ramas dan sombra a las aves del cielo? ¿Podrían estos movimientos y muchos otros como ellos ser instancias de ese minúsculo grano?
San Marcos escribe su evangelio para una generación tensionada. De entre una gran cantidad de parábolas que el Maestro contó, selecciona estas dos para expresar el aliento de Jesús a una comunidad con múltiples desafíos. Ojalá nos unamos a aquellos primeros cristianos en apuros y nos abramos también a la seguridad que el Señor ofrece en estas enseñanzas sobre lo que realmente hace crecer la semilla.
“Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle” (Marcos 4,33)
0 comentarios