“El Señor es amigo de su pueblo”
Sir 44, 1. 9-13; Sal 149; Mc 11, 11-26.
En este pasaje del evangelio, Cristo muestra su amor al Padre y busca, como siempre, darle el primer lugar en su vida. Cristo nos enseña la importancia de poner a Dios en el centro, de estar unidos a Él; y la forma de estar unidos a Él es vivir con fe cada momento de nuestra vida. Cuando vivimos cada día así, dejamos entrar a Dios en nuestra historia para transformarnos en “piedras vivas”, en templos vivos, donde el Hijo de Dios habita.
Para los israelitas, el Templo de Jerusalén era considerado el verdadero centro del universo, el “ombligo del mundo”, símbolo de la unicidad de Dios. Sin embargo, ese Templo que Jesús conoció se encontraba corrompido por prácticas injustas; la “casa de oración” se había convertido en una “cueva de ladrones”, y Jesús enfrenta esa institución para darle su verdadero sentido. El signo de Jesús, maldiciendo la higuera estéril, indica que el culto que en el Templo se ofrecía era únicamente hojarasca inútil, porque no producía frutos de conversión.
Este evangelio nos hace comprender que Dios quiere nuestros corazones, que el culto verdadero es una vida ofrecida, una vida que se da. Así nos lo enseña Jesús, que es más grande que el Templo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús Arzate Macías C.M.
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