Jesús sube a los cielos, pero ¿quién es Jesús?

por | May 22, 2021 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

Hemos terminado la Semana Santa y la Pascua con la fiesta de la Ascensión. El protagonista ha sido Jesús, a quien están llamados a seguir todos los hombres y mujeres y no solo los discípulos de san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac y del beato Federico Ozanam. Pero ¿quién fue Jesús, el hijo de la Virgen María? Era Dios y hombre. En cuanto hombre tenía en plenitud al Espíritu Santo que le iluminaba para comprender el Antiguo Testamento en lo referente al Mesías. Por Juan Bautista y quizá por el contacto con los esenios, cuando pasó con ellos cuarenta días en el desierto, se fue gestando en él el convencimiento de que debía realizar una misión que habían olvidado los cuatro grupos que existían en la sociedad judía: la aristocracia saducea, los obser­vantes fariseos, los rígidos esenios y los revolucionarios zelotes. Aunque Jesús vivió más cercano a los dos últimos grupos, no se integró en ellos; en los esenios por no considerarse del grupo de los “santos y puros”, y en los zelotes, porque rechazaba la violencia.

Cuando tenía unos 28 años, sintió que el Espíritu Santo le empujaba a anunciar la implantación del Reino de Dios en la tierra, y tuvo conciencia de ser el Profeta anunciado por Moisés para cumplir una misión singular, como lo manifestó en la sina­goga de Nazaret, cuando leyó el cap. 61 de Isaías y aseguró que “se está cumpliendo hoy ante vosotros” (Lc 4, 18s), provocando un conflicto por decir que el Siervo de Yahvé era él.

Era un artesano, es decir pertenecía a la clase media, lo que hoy decimos un señor con carrera, como lo es un médico o un ingeniero. Reunió todos sus bienes y se los entregó a un pariente con la condición de que cuidara a su madre. Inició su actividad con el gesto de ser bautizado por Juan y recorrer Galilea, Samaría, Judea y la Decápolis, anunciando un Reino de Dios que llenaba de esperanza a los pobres. Su profecía iba acompañada de curaciones, multiplicación de panes, contacto con gente impura y comidas con exclui­dos sociales. Desató un éxito clamoroso en las masas y oposición en los dirigentes religiosos. Quisieron proclamarlo rey, pero se opuso y entró en Jerusalén sobre un asno y no sobre un corcel de príncipe. Los evangelios reco­gen el éxito clamoroso y los actos sospechosos de tocar a un leproso impuro, comer en casa de un publica­no, quebrantar el sábado y atribuirse el poder divino de perdonar pecados.

El pueblo está confuso y Jesús le reprocha que le busque porque habían comido hasta saciarse cuando multiplicó los panes y los peces y no porque habían entendido sus signos; reprocha a sus discípulos que no entiendan su mensaje y les pone en la situación de decidir. Gracias a una confesión impulsiva de Pedro seguirán tras él, pero atraídos por su irradiación y no por haber comprendido su mensaje.

Caminaba por las callejas vestido como los galileos, usando los baños y piscinas públicas para acercarse a los necesitados y tratando con la gente común y no con los grandes del mundo. Anunciaba la llegada del Reino de Dios, denunciaba las injusticias y corregía las leyes oficiales, como el sábado, la pureza del hombre y el valor de la Ley. Y porque se había convertido en un mercado, se atrevió a echar de la explanada del Templo el montaje de ventas que posibilitaba al judío de cualquier nación cambiar sus monedas y poder comprar lo que quería ofrecer a Yahvé.

En la segunda parte de su camino ya tiene conciencia de ser el Mesías anunciado por los profetas, pero con menos apariciones en público, más dedicación a sus discípulos y algunos períodos de refugio fuera de Palestina. Siente que el Padre quiere que suba a Jerusalén para llevar su mensaje hasta el centro de la fe judía. La estancia en Jerusalén tiene un esquema semejante al de todo profeta, con éxito clamoroso a la llegada, con el anuncio de un nuevo culto y un nuevo Templo, con palabras estremecidas sobre Jerusalén que “mataba a los profetas” y sería destruida por no aceptar el mensaje divino. Esta misión era tan molesta a los sumos sacerdotes que decidieron acelerar su muerte.

La decisión de subir a Jerusalén es de las más duras en la vida de Jesús. Cuando se desata el conflicto con los poderes sacerdotal y político, Jesús procura suavizarlo y se retira más allá de las fronteras, al otro lado del Jordán. Pero fue insuficiente. La oposición del poder sacerdotal y político no cambió, incluso se intensifi­có. Era una amenaza para la situación establecida y un fastidio para las autoridades que sintieron la obligación de hacerle desaparecer en nombre de Dios (Lc 9,51).

Es un profeta humano y duda si subir a Jerusalén es acertado o es tentar a Dios. No subir equivalía a olvidar la causa del Reino, y subir era enfrentarse a un Sanedrín que, como sus antepasados, sería responsable de la sangre de los profetas. ¿Tendrán razón sus discípulos, cuando piensan que se jugaba la vida?  (Mt 23, 31s). Presentarse en Jerusalén cuan­do los jefes han decretado matarlo, no gozará del apoyo de sus discípulos. Jesús subía delante y ellos tenían miedo de seguirle (Mc 10, 3), pero el cariño les llevaba a reaccionar como Tomás: “vamos también nosotros y muramos con él” (Jn 11, 16). Él, que ya era consciente de ser el Profeta, el Mesías y el Hijo Dios igual al Padre, sabía que se jugaba la vida y se exponía a ver la verdad de Dios injuriada.

De sus labios salen las palabras más estremecedoras de todo el Evangelio: “Jerusalén, que matas a los profetas y ape­dreas a los que te son enviados”. Y llora por su desgracia. Se cumplirá lo que los amigos temían. Será condenado como el Blasfemo que quería estar por encima de la Ley y del Templo. Y esta condena será pronunciada desde el más alto tribunal religioso de la época, el Sanedrín, “la cátedra de Moisés”. Cuando Jesús vio venir el final celebró una cena de despedida con los suyos. En ella hizo un gesto, que las comu­nidades cristianas repiten: compartió el pan y pasó una copa de vino, instaurando la Eucaristía. A este Jesús tenemos que seguir e imitar.

P. Benito Martínez, CM

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