Sor Liliana, ¿cómo nació su Congregación? ¿Puede explicarnos el vínculo entre su Congregación y san Vicente de Paúl?
A primera vista pudiera parecer que no hay ninguna relación, pero no es así. Las Hermanas Nazarenas pertenecen plenamente a la Familia Vicenciana, ya que fueron fundadas por un misionero de San Vicente: el beato P. Marcantonio Durando, beatificado por Su Santidad Juan Pablo II el 20 de octubre de 2002, y siguen siendo dirigidas por un miembro de la Congregación de la Misión. El Instituto no nació bajo el impulso de urgentes necesidades caritativas, sino para dar a algunas jóvenes, que deseaban consagrarse a Dios pero que carecían de ciertos requisitos canónicos exigidos entonces para entrar en las comunidades religiosas, la posibilidad de realizar su vocación. En la realización de esta obra contó con la colaboración de la sierva de Dios Luigia Borgiotti, que, como superiora, orientó a las primeras postulantes en el camino de la vida religiosa. La fecha de fundación es el 21 de noviembre de 1865. Como actividad apostólica, el fundador las comprometió al servicio de los miembros sufrientes y doloridos de Cristo Crucificado, enviándolas a asistirlos en sus casas día y noche. Esta especificidad de la vigilia del Nazareno estaba, desde el principio, destinada sobre todo a la curación de las almas. Era una época en la que los ricos, teniendo la posibilidad de tratarse en casa, a menudo acababan muriendo sin recibir los sacramentos. Este tipo de apostolado dio inmediatamente sus frutos, con la conversión de varias figuras eminentes en el campo de la cultura y el arte: Guido Gozzano, Felice Raccagni, Sofia Graf, Annie Vivanti.
En 1873, el fundador les confió también el cuidado de niñas con dificultades familiares: así nació en Turín la Obra Pia Viretti. En poco tiempo, la Comunidad se extendió no sólo por el Piamonte, sino también por Lombardía y Liguria. En 1965, año del centenario de la fundación, había 14 casas en Italia. La labor principal ha sido siempre la asistencia a los enfermos en sus domicilios, aunque ha habido experiencias de apostolado en clínicas (no propiedad del Instituto), y de catequesis en las parroquias. En 1967, el padre Archetto, entonces superior de la Comunidad, los abrió a la Obra Misionera enviándolos a Madagascar, donde ya trabajaban los Misioneros de San Vicente y las Hijas de la Caridad. Las cuatro primeras Hermanas partieron el 13 de mayo de ese año. A esta partida le siguieron otras, hasta llegar a diez.
¿Cuál es el campo misionero al que están más dedicadas, y cuál la espiritualidad que caracteriza su servicio?
En estos 55 años, con la ayuda de Dios, se ha hecho mucho trabajo y hoy la Comunidad se encuentra expaniendo en Madagascar. Los Centros Misioneros de las Hermanas Nazarenas son 14. Están dispersos por toda la isla. El mayor número está en el sur. Incluyen dos leproserías, dispensario, un orfanato, escuelas para niños, comedores. Cada centro, en función de la realidad que le rodea, se deja interpelar por las necesidades y los interrogantes y responde de acuerdo al carisma propio. Nuestro fundador anhelaba ser misionero lejos de su patria, pero los acontecimientos no se lo permitieron. Ahora realiza su sueño a través de la comunidad que fundó.
Como el beato Durando era muy devoto de la Pasión del Salvador, transmitió esta Espiritualidad a las Hermanas Nazarenas. Para hacer estable esta dirección espiritual, él mismo quiso comprometerlas con un cuarto voto, que tiene por objeto el culto y la devoción al Misterio de la Pasión, concretado en la práctica de tres virtudes señaladas como fuente segura de santidad: HUMILDAD, OBEDIENCIA Y MORTIFICACIÓN.
En enero de 2020, en Roma, vivimos un momento muy importante como Familia Vicenicana Internacional. ¿Qué se llevó usted de esa experiencia?
La presencia de las Hermanas Nazarenas en el Simposio de Roma en 2020 contribuyó a reforzar la conciencia de que no somos una pequeña comunidad que viaja sola, sino que pertenecemos a una familia mucho más grande y rica: «La Familia Vicenciana» en la que siempre encontramos nuevas inspiraciones para nuestro camino. ¡Esto nos ha llenado de mucha confianza y alegría! Aunque la pandemia nos ha obligado al encierro y a la imposibilidad de visitar a los enfermos y familiares, seguimos esperando tiempos mejores que el Señor sabrá concedernos, para nuestro bien.
Elena Grazini
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