(Esta homilía fue predicada en una reciente Eucaristía en la que el Sr. Walner Díaz, seminarista de los Vicentinos de la Provincia Oriental, hizo sus votos perpetuos en la Congregación de la Misión)

En lo que respecta a los comienzos, tendríamos que buscar mucho para encontrar algo más dramático que el retratado en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles: Pablo derribado y ciego en el camino de Damasco. Y luego esa voz: «¡Deja de perseguirme!».

Aunque no sean la ceguera ni la caída, hay algunas cosas en el episodio de Pablo que pueden hablar a un joven que está a punto de prometer su futuro a una vida de ministerio en la Congregación de San Vicente De Paúl.

La primera, por supuesto, es este encuentro con el Señor Resucitado, Jesucristo. Lo que Walner Díaz está haciendo aquí es exactamente eso: responder a ese mismo Señor. Walner no sólo ha sentido la presencia de Cristo en su vida (como todo cristiano), sino que ha recogido una determinada dirección marcada en esta relación. Se está dejando llevar por un camino concreto: El camino misionero de Pablo, el proyecto de vida de Pablo para proclamar a Jesús como Hijo de Dios.

Si hay un telón de fondo para lo que este joven vicentino jura esta mañana, es éste. Anunciar de palabra y de obra la mejor de las Buenas Noticias: que en esta persona, Jesús, Dios ha venido entre nosotros y sigue amándonos. Con estas promesas que Walner está a punto de hacer, asistimos a otro individuo que pone su mirada en esta tarea de toda la vida, dando otro paso serio y muy público en esa dirección.

Hay un segundo hilo conductor en la experiencia de Pablo, que ilumina de forma particularmente vicenciana lo que Walner pretende aquí. Se trata de la proclamación que hace el Señor Resucitado de que vive en su pueblo. Ellos son el «Yo» en la pregunta de Jesús a Pablo: «¿Por qué me persigues?» (Hechos, 9,4).

Lo reconocemos como el leitmotiv para todos nosotros en la Familia Vicenciana: la afirmación inequívoca de Jesús de que vive dentro de esas personas que están en «El Camino», tal como lo conciben los Hechos.  Interactuar con ellos, insiste Jesús, es interactuar con Él.

Esa constatación, que encuentro a Cristo en mi prójimo, es la convicción que subyace en todo el servicio y las preocupaciones de Vicente de Paúl. Sabemos cómo miraba a los ojos del otro, especialmente del pobre, y veía allí los ojos de el Señor. Era en sus rostros donde Vicente leía el rostro de Cristo.

Es a esta interconexión, tanto espiritual como corporal, a la que Walner se compromete: a caminar con Vicente y con todos sus seguidores en el mundo de hoy, mientras se dejan llevar por la intuición de Vicente: Jesús vivo en su pueblo, especialmente en los pobres.

En los años posteriores a la caída de Pablo en el camino de Damasco, muchas personas entraron en su vida para sostenerle y trabajar con él en la proclamación de la Buena Nueva. Los que estamos aquí hoy y que formamos ese círculo para Walner, y los muchos otros que se unirán a él en los próximos años, cumplimos ese papel de apoyo. Nosotros, en esta reunión, representando a los cientos de personas que vendrán después. Te prometemos, Walner, nuestro apoyo y ánimo, junto con las oraciones que ofrecemos contigo y por ti en esta Eucaristía.

Esperamos verte recorrer ese camino, el que sigue proclamando la libertad de los cautivos, la recuperación de la vista de los ciegos y la mejor de las noticias para los pobres: que en Jesús resucitado, Dios está aquí y nos ama.

Te felicitamos, admiramos el paso que estás a punto de dar, y esperamos todas ver las formas diferentes en las que darás tu vida para hacer realidad la afirmación y la misión de Jesús: que él es el amor de Dios, que vive entre nosotros, aquí y ahora.