«Transmitir la tradición» es una frase que se relaciona a menudo con cuestiones de fe. Expresa la forma en que las generaciones transmiten las creencias que han heredado de generaciones aún más antiguas hasta llegar al principio. ¿Cómo podríamos visualizar este proceso?
Una imagen es una especie de cadena jerárquica, en la que el eslabón más alto está conectado con los más bajos, que descienden hasta el fondo, es decir, hasta la actualidad. En esta configuración, Jesús confía las verdades y las riquezas de su Buena Nueva a esos primeros discípulos que luego las transmiten a otros creyentes, personas como los apóstoles y luego los papas y los santos. Estos creyentes, a su vez, transmiten el mensaje de Jesús al resto de nosotros, a través de toda esa serie de eslabones descendentes.
Visto de este modo, la gente de hoy no se encuentra directamente con Jesús, sino que lo conoce a través del testimonio de otros, de forma similar a lo que ocurre en ese programa de la PBS, Roots, en el que los invitados no se relacionan con sus antepasados personalmente, sino a través del registro histórico.
Pero hay una forma más inmediata de concebir este proceso de transmisión. Lo ha plasmado de forma imaginativa la estudiosa de las escrituras Sandra Schneiders en su frase: «No hay cristianos de segunda generación». No importa en qué época hayamos nacido, nuestra conexión con el Señor Jesús es aquí y ahora, de persona a persona, y no de segunda mano. Esta mentalidad figura de forma destacada en el Evangelio de San Juan, donde Jesús describe su relación con sus seguidores como inmediata: «Yo conozco a los míos y los míos me conocen a mí». Utilizando la metáfora de un pastor que se sacrifica por sus ovejas, la relación es directa, sin que se deduzca la existencia de un pastor sustituto que actúe como intermediario. Ya sea la primera generación o la centésima, todos son llevados a la presencia inmediata de Jesús, dada a través de su Espíritu.
La segunda afirmación del Señor, «el Padre me conoce y yo conozco al Padre», refuerza esta inmediatez. «Así como yo y mi Padre nos conocemos, las ovejas y yo nos conocemos, cara a cara, sin intermediarios». De nuevo, no hay cristianos de segunda generación. Jesús resucitado está tan presente para todos nosotros ahora, esencialmente de la misma manera que estaba presente para aquellos discípulos postpascuales. A través de su Espíritu, en este momento estamos siendo reunidos en la familia de Dios.
Esta comprensión de que todos somos de esta primera generación se refiere directamente de nuestra vida de oración.
¿Soy consciente de que cuando «me acerco a Jesús», me encuentro con Él personalmente y no inicialmente a través del testimonio de otra persona? Se trata de un tipo de presencia más cercana, diferente de la que ofrece un libro o una película sobre algún personaje histórico. La cercanía de Jesús es inmediata, no principalmente mediada. Cuando rezo, entro en contacto directo, cara a cara, con Cristo resucitado en su Espíritu. Cuando me dirijo a Dios, entro en el espacio personal de lo divino. Es el Creador cercano, la cercanía de Dios que me llena aquí y ahora.
San Vicente atestigua con frecuencia esta proximidad. En una carta de dirección espiritual a Santa Luisa escribe: «Al Señor le agrada que permanezcamos siempre en la santa alegría de su amor» (9 de febrero de 1628). Atestigua una y otra vez la presencia de Cristo, ciertamente en los pobres, pero también en todos.
«Conozco a los míos y los míos me conocen», palabras de Jesús que transmiten su inmediatez a todos los tiempos, palabras que atestiguan que no hay discípulos de segunda generación.
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