En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya

Hech 7, 51-60; Sal 30; Jn 6, 30-35.

La vida de los primeros cristianos y su testimonio en el mundo nos dan a conocer su temple y su valentía. Ellos no tenían como norma de conducta lo que era más fácil o cómodo o más popular, sino el cumplimiento de la voluntad de Dios. Tenían su mirada fija en Cristo, que dio su vida por todos los hombres. No buscaban su gloria personal ni el aplauso de sus conciudadanos. Esto es lo que permite decir a San Esteban en el momento de su martirio: “Señor, no les tengas en cuenta su pecado”.

Los invito a que revisemos constantemente las intenciones de nuestro seguimiento de Jesús. La intención es recta cuando Cristo es el fin y el motivo de nuestras acciones. Por el contrario, quien busca la aprobación ajena y el aplauso de los demás, puede llegar a deformar la propia conciencia y a tener como criterio de actuación “el qué dirán” y no la voluntad de Dios.

En algunas ocasiones, el recibir un pequeño elogio es un signo de amistad y puede ayudarnos en el camino del bien. Pero debemos dirigirlo con sencillez al Señor y nunca buscarlo.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Alicia Duhne