El Señor cuida de aquellos que lo temen. Aleluya
Hech 6, 1-7; Sal 32; Jn 6, 16-21.
Estando los apóstoles dentro de una tormenta, Jesús llegó a ellos inesperadamente, caminando sobre las aguas, para robustecer su fe débil y para darles ánimo diciéndoles: “Soy yo, no teman”. En nuestra vida personal quizá no falten tempestades –momentos de oscuridad, de turbación interior, de incomprensiones–. Es entonces cuando necesitamos ver al Señor que viene siempre entre la tormenta de los sufrimientos, para saber aceptar las contrariedades con fe, como bendiciones del cielo para acercarnos más a Dios.
Puede parecernos, en algunas ocasiones, que Cristo no está, como si nos hubiera abandonado o no escuchara nuestra oración. Pero Él nunca nos abandona. Si permanecemos cerca del Señor, mediante la oración personal y los sacramentos, lo podremos todo. Con Él, las tempestades, interiores y exteriores, se tornan ocasiones de crecer en fe, en esperanza, en caridad, en fortaleza. Quizá solo con el paso del tiempo comprenderemos el sentido de estas dificultades.
De todas las pruebas, tentaciones y tribulaciones por las que hemos de pasar, si estamos junto a Cristo, saldremos con más humildad, más purificados, con más amor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Alicia Duhne
0 comentarios