Vivimos nuevos tiempos que se iniciaron a mediados del siglo XX y llegaron a su apogeo en la llamada posmodernidad con la característica de cambios continuos y complejos, y no solo por el coronavirus, sino porque la tecnología, la informática, los medios de comunicación han creado un vacío espiritual que se intenta rellenar con religiones esotéricas, ecológicas o en forma de sectas, como la Nueva Era (New Age).
Es una posmodernidad contradictoria que, por un lado, admira y pondera a los luchadores, y por otro, vive indiferente, sin interés por la lucha. Todo es light, desde las bebidas hasta la vida misma. Para quienes viven dentro de esta categoría, el seguimiento a Jesús no cuenta. Sin embargo, o seguimos a Jesús evangelizador de los pobres en la sociedad actual o el seguimiento no será real. Pero ¿cómo seguir a un hombre que murió hace siglos? Cuando decimos que seguimos a Jesús, no nos referimos a una persona que murió hace siglos y sólo está presente en el recuerdo como un familiar muerto que lo conservamos en la memoria. Tampoco podemos considerarlo únicamente como Dios difícil de seguir. Jesús es un ser humano, presente y cercano.
Seguir a Jesús implica llenarse, como él, de confianza en el Padre. Confiamos en Dios, porque somos débiles, y la debilidad nos lleva a portarnos humildemente con los demás y a tratarlos con sencillez y cordialidad, sin llegar a subestimarnos. Jesús reconocía su debilidad de hombre, pero reconocía su naturaleza divina, su mesianismo y la grandeza de su misión. El vicentino hace su vida en comunión con la debilidad de Cristo y participa de su destino de morir crucificado por los pobres. “Se trata de un camino interior, que se encarna en una aventura exterior, y que nos impide establecer permanentemente nuestra tienda en un lugar, en una situación” (García Paredes).
Iniciamos el seguimiento con acciones externas que copian las de Jesús con las expresiones como Jesús, tal que Jesús, ya que Jesús. Considerándole como un maestro que da enseñanzas para que las sigamos, porque en las entrañas del seguimiento aparece la idea de imitar[1]. Es tomar un pincel y, guiados por el Espíritu Santo, copiar en el lienzo de nuestra alma los rasgos más salientes del modelo Jesús. «Los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo» (Rm 8,29). Es la etapa en la que nos esforzamos por dominar nuestras pasiones y adquirir las virtudes de Jesucristo. Pero el seguimiento no consiste en una imitación material de todo lo que dijo o hizo Jesús, sino en ser inventivos como lo fue él, reinterpretando su proyecto para hoy. En este sentido es proverbial la frase que san Vicente aconsejó al joven P. Durand: «Cuando se trate de hacer alguna buena obra, dígale al Hijo de Dios: Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión?” (XI, 240). Pues todo lo que hizo el Hijo de Dios lo hizo para nuestro ejemplo e instrucción, principalmente su vida comprometida, decía santa Luisa.
El seguimiento, que había comenzado por una imitación en forma de pintura que copiamos en el alma como en un lienzo, se convierte en una fuerza interior para asumir la vida de Jesús como vida propia y hacer de nuestra vida una prolongación de la suya, convirtiéndonos en «otro Cristo» (Ef. 4, 15). En esta etapa, Cristo ya no es un modelo a copiar, sino la fuerza que, por medio del Espíritu Santo, dirige nuestro obrar desde los sacramentos, signos de la presencia real de Jesús en la tierra y acciones suyas.
En el seguimiento, a Cristo lo sentimos activo, como si, al imitarlo, se hiciera una transfusión de su vida a la nuestra. «No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20), decía san Pablo, y santa Luisa aclaraba que la vida de Cristo es el ideal que da vida a quienes le seguimos: Sin una vida interior «las acciones exteriores, aunque sean en el servicio de los pobres, no pueden agradar mucho a Dios ni merecernos recompensa, a no ser que estén unidas a las de Nuestro Señor» (c. 722).
El seguimiento auténtico consiste, según san Vicente, en desprenderse del espíritu propio para revestirse del Espíritu de Cristo. Cuando lleguemos a vivir y actuar con el Espíritu de Jesús habremos entrado en el verdadero seguimiento de Jesús y seremos humildes y tolerantes, sencillos sin engañar a nadie y personas caritativas.
Cuando el Espíritu de Jesús ha empapado la vida de un vicentino, se realiza una especie de simbiosis entre la vida de Jesús y la del vicentino, cuya vida queda transformada de tal manera que, al actuar, ya no sabe si es él quien obra o es Jesús que está en él. Ha llegado a la meta más allá de la cual no puede llegar un ser humano: a obrar por puro amor a Dios sin ningún interés material. Pero seguimos a un hombre igual a nosotros en todo menos en el pecado, perfecto en su comportamiento y nunca alcanzaremos a Jesús. Nuestro seguimiento tiene tropiezos y caídas, y nos invita a no mirar tanto el futuro hacia el que caminamos que olvidemos el presente en el que vivimos.
Suele decirse que en ningún momento es más débil el hombre que en el momento de la muerte. La muerte siempre es más fuerte que el hombre. Y la debilidad humana es inmensa cuando, en el momento de morir, el hombre siente que es él el que muere sin poder evitarlo. A todo esto se sometió Jesús. Si seguimos al hombre Jesús, debemos seguirlo con todas las consecuencias y asumir no sólo su estilo de vida, sino también su destino crucificado, cuando su naturaleza humana le grita a su divinidad “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” (E. 33).
[1]Hay una discusión tonta: usar seguir o imitar. Tonta, porque ya san Agustín exclamó hace siglos: “Quid est enim sequi nisi imitari? Pues ¿qué es seguir sino imitar?” (De sancta virginitate, 17).
P. Benito Martínez, CM
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