Mi experiencia con “El Caballero de París”

por | Abr 9, 2021 | Confraternidades, Formación, Reflexiones, Víctor Martell | 0 comentarios

Hace una tonga de años, imagínense que yo era un niño, vivíamos en La Habana, Cuba y asistía al Colegio de los Escolapios que estaba situado en San Rafael y Manrique en el centro de La Habana. Era usual en la época de las Navidades que se hicieran tómbolas para ayudar a los niños pobres con juguetes en el Día de Reyes y la dirección de la Escuela imprimía cientos de talonarios para que los alumnos y los padres de los alumnos los compraran y así tener dinero para obsequiar a aquellos niños en necesidad.

Siempre desde niño fui obsesionado en eso de vender y estar al frente de campañas de recogidas de dinero en la Escuela por lo que era uno de los que mas vendía en mi clase, para ello escondido de mis padres cuando iba de regreso a mi casa le ofrecía por el camino a todo el que se cruzaba conmigo, sin darme pena alguna que me compraran algunas papeletas para ayudar a los niños y que solo costaban cincuenta centavos cada una, obvio que ya había crucificado a toda la familia y a las amistades de mi familia por lo que tenía que buscar nuevos horizontes de venta de papeletas, las ofrecía en plena calle, como un vendedor de periódicos y entre nos, tenía mucha suerte, de no haber tenido nunca un mal momento.

José María López Lledín, el Caballero de París, en La Habana, 1955.

En aquellos tiempos y deben recordarlo los cubanos no jovencitos, había un personaje en La Habana que se hacía llamar El Caballero de París, mote que le adjudicaron porque él decía que venía de París y siempre vestido de negro con una barba blanca, pelo largo y lógicamente en mucho tiempo su cuerpo no hubo de recibir un baño, aunque eso sí, cargaba unos cuantos libros lo que lo hacía un personaje más raro aún. No pedía limosnas y solo recibía ayuda de algunas personas que le obsequiaban un dólar porque nunca recibió monedas fraccionarias.

Un día de esos que regresaba del colegio me tropecé con el famoso Caballero, estaba sentado en un banco del parque Supervielle, no me di cuenta de su presencia porque de haberlo sabido no me hubiese acercado. Este personaje me llamó y yo me hice el que no lo escuché, pero insistió y temblando me le acerqué, me preguntó qué yo vendía y le expliqué que estaba ofreciendo unas papeletas para ayudar a los niños pobres a un costo de cincuenta centavos. Este señor se llevó la mano al saco y sacando una moneda americana de 50, me la dio y al darle la papeleta me dijo que la guardara para vendérsela a otro. Quizás esta es una de las pocas anécdotas que recuerdo de mi juventud, porque significó una gran enseñanza para mí, no en aquellos momentos, pero si en mi vida futura.

Recuerdo hace algunos años le comenté este incidente al obispo Agustín Román, de la Arquidiócesis de Miami, ya fallecido y me comentó que era natural porque los pobres ayudaban a los pobres y que la gran parte de las recaudaciones que se hicieron para la Ermita de la Caridad provenía de gente que recogía centavos y madres que limpiaban casas para traer su promesa a la virgencita de La Caridad.

Víctor Martell

Estatua del Caballero de París, en la Habana Vieja.

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