¡Qué admirable Señor es tu poder! Aleluya
Hech 3, 11-26; Sal 8; Lc 24, 35-48.
“La paz sea con ustedes”, dijo el Señor resucitado al presentarse a sus discípulos llenos de miedo. Enseguida vieron sus llagas y se llenaron de gozo y admiración. Ese ha de ser también nuestro refugio. Allí encontraremos siempre la paz del alma y las fuerzas necesarias para seguirle todos los días de nuestra vida.
No puede haber paz sin reconciliación, ni viceversa. La resurrección, de acuerdo con la versión de San Lucas, incluye ambas cosas; ahí Cristo nos invita a ser testigos de la paz para la reconciliación.
Jesús, una vez resucitado, podría haber dicho palabras de reproche a los discípulos por su abandono. Sin embargo, lo primero que hace es acercarse a ellos de manera cariñosa. Esto nos invita también a nosotros a construir relaciones desde la fraternidad, amando y perdonando como Él nos lo pidió: “Ámense unos a otros, como yo los he amado”.
A Jesús le tenemos muy cerca. En cada Iglesia, en cada sagrario. Podemos hablarle como hacían los Apóstoles, y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa. Allí encontraremos siempre la paz verdadera, la que perdura por encima del dolor y de cualquier obstáculo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Alicia Duhne
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