Cantemos al Señor con alegría. Aleluya
Hech 3, 1-10; Sal 104; Lc 24, 13-35.
El evangelio describe a los caminantes de Emaús que estaban tristes y habían perdido la esperanza porque no recordaban las promesas de Jesús acerca de su Resurrec- ción al tercer día. Cristo mismo –a quien al principio no reconocían– con paciencia, les devuelve la fe y la esperanza.
Es posible que nosotros también nos encontremos alguna vez con el desaliento y la falta de esperanza, ante dificultades en el trabajo o en la familia que nos parecen insuperables. En esas ocasiones, si nos dejamos ayudar, Jesús no permitirá que nos alejemos de él y nos ayudará a recuperar la alegría y los deseos de comenzar cuanto antes.
La esperanza es la virtud del caminante que, como nosotros, todavía no ha llegado a la meta, pero sabe que siempre tendrá los medios para ser fiel al Señor y perseverar en la propia vocación recibida, en el cumplimiento de los propios deberes.
Dios mismo sostiene constantemente nuestra fidelidad. Está dispuesto a darnos las gracias necesarias, como a los caminantes de Emaús, para salir adelante en todo momento. Y ante el aparente fracaso de muchas tentativas (si lo hubiera) debemos recordar que Dios, más que el “éxito”, lo que mira con ojos amorosos es el esfuerzo continuado de la lucha.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Alicia Duhne
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